No basta la atención expectante hacia los otros; hay que llegar a la
preocupación.
Santiago Ramón y Cajal
Ayer, 12
de mayo, conmemoración del 101 aniversario del nacimiento de Florence
Nightingale, se celebró el Día Mundial de la Enfermería. Es una profesión
esencial- joven en cuanto a titulación y antigua como la humanidad en su
vocación de cuidado- cuya importancia y profundidad hemos comprendido este año
mejor que nunca.
Como mi padre
era médico, en mi casa, de niña, los profesionales de la sanidad siempre
estuvieron presentes, siempre apreciamos su importancia y su trabajo. Sin
embargo, solo de adulta comprendí verdaderamente la esencialidad de la
enfermería.
Sucedió hace
treinta y cinco años. Estuve ingresada durante bastantes semanas en un hospital
a consecuencia de una complicación grave que derivó en una operación muy
compleja, de la que iban a quedarme secuelas. Por entonces yo deseaba con todas
mis fuerzas ser madre y luchaba por tener hijos- esta es la verdad- pero
mi cuerpo no quería. Me encontraba muy triste, sin ganas de recoger de
nuevo los pedacitos de sueños descalabrados. Cada amanecer esperaba a un hada
madrina con uniforme blanco de enfermera cuya cara recuerdo perfectamente, y su
pelo cortito y moreno y sus gafas. La esperaba porque era muy sonriente y me
regaba con su alegría.
Una mañana a la
hora del desayuno, como quien no quiere la cosa, sustituyó mi brik de
Zumosol por un enorme vaso de zumo de naranja natural. "No le cuentes a
nadie esta travesura que he hecho, pero bébetelo. Está recién exprimido"-
me dijo. Yo me quedé asombradísima y le pregunté por qué me lo había traído. Y
ella respondió con una frase que nunca he olvidado. Me dijo: "Te he traído
este zumo para que te acuerdes de que quieres vivir."
Yo quería vivir, sí, claro que sí. La enfermera, con su zumo de naranja, me despertó de nuevo, me permitió trascender el sueño que no se cumplía y me dijo: la vida puede ser dulce, solo tienes que comprenderla.
Las enfermeras
son personas que, en los momentos de mayor vulnerabilidad, se preocupan por
nosotros. Además de su profesionalidad, que es grande y debemos reconocerla,
todas poseen la cualidad más delicada, aquella que solo pertenece a quienes
poseen plenitud de humanidad: dejan de ser ellas mismas y se transforman
transitoriamente en otras. Se transforman en nosotros, dolientes, nos
comprenden, nos cuidan, nos devuelven de nuevo la dignidad y la fuerza, nos
distinguen a cada uno entre el resto de los enfermos, nos personifican.
Gracias por la
esencialidad.
He narrado esta
anécdota en mi libro Encuentros, pero en tercera persona, como si
fuera un cuento. Sin embargo, fui yo quien se bebió, enterito, aquel
maravilloso zumo de naranja.
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