Hace tiempo escuché decir a Víctor Ullate, el gran maestro de
la danza, una frase que me impresionó: Hay
tantas cosas que los españoles no respetamos de nosotros mismos que cómo vamos
a respetar el Arte. Si añadimos otros conceptos como educación, ciudadanía,
democracia o sociedad, podemos tener un diagnóstico estupendo de nuestro presente.
En España necesitamos recobrar el respeto que nos debemos a
nosotros mismos. No se trata solamente de la autoestima personal y del cuidado
de uno como ser ético, que por supuesto es tarea individual y cotidiana; se
trata del respeto a nuestra condición de ciudadanos que aportan lo mejor de sí
a una construcción más grande que todos pero hecha por todos. Si miramos bien,
este asunto de la falta de respeto afecta a todos los ámbitos y funciona como
una especie de carcoma que destruye la confianza, la solvencia, la
credibilidad, y como sigamos así, hasta la esperanza.
En el terreno de la política hace falta respeto por el
compromiso que se adquiere con el voto de los ciudadanos. La tarea política no
puede ser una soterrada fontanería sino
un que es un vínculo de honor entre el gobernante y los electores al que se
debe humilde y verazmente.
Hace falta que quienes gestionan lo que es de todos respeten
la tarea que desempeñan. Este otoño seco, mientras escucho tantas declaraciones
de políticos, pienso en el respeto que ellos se deben a sí mismos. Y lo echo en
falta.
En el terreno de lo social hace falta respeto por la
libertad, por la insustituible democracia con sus reglas de juego, por la
justicia y sus requisitos, por las personas individuales y sus derechos. Son
tiempos en que nos estamos jugando mucho.
En el campo de la educación hace falta mucho más respeto.
Sobre todo hace falta recibirlo. No puedo entender qué ganancia obtiene quien
desacredita el trabajo docente, a quién le puede hacer gracia, en quién puede
encontrar complicidad, si no es en personas que tampoco se respeten a sí
mismas. Por supuesto, cuando la burla proviene de los responsables directos de
la gestión educativa se roza el límite del esperpento. Quiero decir que lo roza
el burlón, o la burlona, con esa falta de respeto por su propia
responsabilidad.
Hace falta respeto por la relación educativa, que siempre es
trascendente, y por sus actores: los alumnos, que nos miran y nos aprehenden;
los profesores que en su inmensa mayoría se dejan la vida en el aula. Hace
falta respeto por las familias y por la relación de confianza que deben
establecer con los profesores de sus hijos. Hay que respetar también al
personal auxiliar y de apoyo en los centros, que realiza una tarea que no es
intercambiable con la docencia puesto que actúa en un ámbito diferente.
Cada docente debe
respeto a su profesionalidad, a la personalidad que le hace insustituible, a sus
alumnos y a la sabiduría que transmite. Debe respeto también a su centro de
destino, del que forma parte esencial porque cada docente es su centro como cada colegio o instituto es- sobre todas las cosas-
su equipo docente.
Víctor Ullate me contó también que su compañía de danza
participó en la ceremonia de clausura de la Expo 92 y que allí, a pesar de
todos los problemas, se sentía parte de un país responsable, implicado y
comprometido, que podía mostrarse ante los demás con orgullo. Es evidente que
hemos perdido algo desde entonces, y a lo mejor se resume en una sola cosa: el
respeto por nosotros mismos.
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