Le dimos el papel
protagonista en la obra de teatro. Al fin y al cabo, nos habíamos metido en ese
proyecto por él, para ver si de alguna manera lo animábamos. Era el alumno más
díscolo del curso. El texto era difícil. Lo bordó. Tan bien lo hizo que nos
vino a la memoria la incandescencia de la pedagogía de Unamuno: “El genio nace
y no se hace, y nace de un abrazo más íntimo, más amoroso, más hondo que los
demás, nace de un puro momento de amor, de un amor puro.”
El encuentro escolar
debe ser siempre una gran ocasión. No solamente porque está regida por la
dimensión del tiempo que se relaciona con el Kairós, la oportunidad, sino
porque en ella se despliegan las mejores facultades de todos los que
intervienen. La relación educativa es un diálogo de lo mejor de muchas almas,
con un único fin: el futuro.
Para aprovechar la
ocasión, nos vendría bien a los profes responder a una pequeña serie de
preguntas. Son estas:
- Lo que enseñamos, ¿es lo que los estudiantes aprenden? Si hemos contestado no, es porque comprendemos la esencial individualidad de los procesos de aprendizaje.
- ¿Somos verdaderamente democráticos o solo lo parecemos? No perdamos la ocasión de formar parte de una comunidad, de crearla con esfuerzo y alegría.
- ¿Pensamos solo con la cabeza o pensamos con el cuerpo? Si no lo tenemos claro, no perdamos la ocasión de cambiar los espacios del aula.
- ¿Les enseñamos a evaluarse a sí mismos? Pues es imprescindible para crecer.
- ¿Estudian o aprenden? No dejemos pasar la ocasión de incorporar lo narrativo, lo que emociona, lo que es inesperado, lo que parte de sus vivencias y conocimientos previos.
- ¿Nos sentimos los profes libres en el aula? Pues tal vez debamos volver sobre Unamuno: “La libertad no significa otra cosa que la emancipación de la lógica, que es nuestra más triste servidumbre.”
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