“El alumnado es el centro y la razón de ser de la
educación. El aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas
autónomas, críticas, con pensamiento propio. Todos los alumnos y alumnas tienen
un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento. Nuestras personas y sus
talentos son lo más valioso que tenemos como país.
Por ello, todos y cada uno de los alumnos y alumnas
serán objeto de una atención, en la búsqueda de desarrollo del talento, que
convierta la educación en el principal instrumento de movilidad social, ayude a
superar barreras económicas y sociales y genere aspiraciones y ambiciones
realizables para todos. “
Así, a lo Martin Luther King, arranca el preámbulo de la ley de
educación vigente en estos momentos en España.
Es verdad: todos los alumnos sueñan con el futuro. Yo misma
trabajo muy cerca de los sueños de los niños esos que viven “por debajo del
umbral de la pobreza”, según los denominan las estadísticas. Y realmente hay
que verlos para creer cuántas necesidades fundamentales no hay por debajo de
ese umbral.
Los centros que escolarizan a ese alumnado son muy distintos de
aquellos que tienen garantizado el nivel medio exigible a los niños
occidentales. Sin embargo, la administración los considera y los trata como si
fueran centros educativos exactamente iguales.
No es así. Y si los centros son distintos, el papel de
la administración con respecto a ellos debería ser distinto también.
Allí
afuera, en los centros educativos “del umbral” sería importante:
1. Garantizar la estabilidad de las
plantillas. El cambio constante de profesores dificulta las acciones conjuntas
y obliga a los alumnos a una constante readaptación.
2. Garantizar la presencia, dotada con
generosidad, de los profesionales de la atención a la diversidad: orientadores,
profesores de compensatoria, organizaciones de asistencia, que realizan una
labor imprescindible.
3. Garantizar la cobertura inmediata de
las bajas por enfermedad del profesorado. En un centro con alumnado
conflictivo, la ausencia de un profesor se convierte en un problema muy grave.
4. Garantizar la presencia del profesor
de Religión desde el día 1 de septiembre, para poder realizar los horarios del
profesorado con normalidad y evitar la sensación de provisionalidad que supone
conocer el horario la víspera del comienzo de las clases, lo cual impide
realizar con antelación las programaciones diarias de aula. Es inconcebible que por ahorrar una semana en el sueldo de un trabajador se someta a los centros educativos a esta presión.
5. Realizar acciones que puedan aumentar
la autoestima del centro y mejorar la opinión que se tiene del mismo por parte
del entorno. Por ejemplo, visibilizar que el centro forma maestros en prácticas
es cuestión de un simple diploma o una placa, y sin embargo cuánta satisfacción
producen estos pequeños detalles cuando se sabe uno el único referente
educativo para muchos niños y niñas.
6. Adecuar la formación del profesorado a
necesidades muy específicas del centro, sin constreñirla en ámbitos generales, TICs,
etc. En los centros de estas características, la formación del profesorado debe
partir de las necesidades del centro y resolver problemas o carencias del mismo.
7. Compensar las dificultades de un
centro de estas características asegurando su permanencia institucional.
Servimos para mucho, resolvemos mucho, integramos mucho, hacemos mucho bien a
la sociedad, como para estar contando si pasamos o no del número establecido de
matrículas.
8. Modificar en forma y fondo las pruebas
de evaluación externa. A día de hoy, son una comparación pura entre entornos
socioculturales muy distintos, sin consecuencias para la mejora de los puntos
débiles detectados en los centros. Por tanto no constituyen una verdadera
evaluación. Solo sirven para elaborar una lista de resultados
descontextualizada que lesiona la autoestima de los alumnos. También la nuestra,
como profesores que lo damos todo en un entorno de máxima dificultad. El hecho
de que, por ejemplo, en la Comunidad de Madrid un centro con un 40% de alumnado
de compensatoria y un bilingüe de una zona de alto nivel realicemos la misma
prueba externa de inglés no sirve como evaluación. El resultado de quién sabe
más se conoce de antemano. Si los resultados sirven solo para demostrar la
obviedad de que en los bilingües de zonas favorecidas se aprende mucho inglés,
el método empleado es profundamente, y tal vez hasta inconstitucionalmente,
injusto.
Hay que mirar con atención los centros
educativos de especial dificultad porque todos los alumnos tienen un sueño. Precisamente
por eso.
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