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viernes, 1 de julio de 2016

Sorolla en Gaza

                                   Agencia EFE 2016: Niños de la Franja de Gaza


La luz del Mediterráneo refulge en la piel de estos niños de Gaza, felices por el baño en la mar limpia y fresca. Así, tal como están ellos, desnudos y concentrados en la certeza de estar vivos, pintó Joaquín Sorolla en 1916, hace exactamente cien años, a unos niños valencianos. El artista plasmó con sus pinceles la misma infancia, la misma luz, el mismo mar del que beben estos chiquillos.  Sus “Niños en la playa” gozan, igual que estos, como si la tarde de verano no hubiera de terminar nunca.

Nadie sabe lo que deparó el futuro a los pequeños bañistas para quienes el Arte detuvo el tiempo. Si tenían diez años cuando los conoció Sorolla, tal vez participaron, aún imberbes, en la Guerra de África; al fin y al cabo el desastre de Annual sucedió en 1921. Si llegaron a la edad adulta, combatieron sin duda en la Guerra Civil que desangró hasta la extenuación las dos mitades irreconciliables de aquella España. Tal vez perdieron la vida en una cualquiera de las mil batallas. De la misma forma, nadie puede saber qué deparará el futuro a estos niños palestinos, cuyo destino los ha llevado a conocer el terror de un combate perpetuo en la Franja de Gaza.

Otros niños de esta misma edad, mis alumnos, se iniciaron durante este curso pasado en la Historia. Lo que más les sorprendió fue la cantidad de guerras. Uno de ellos, cuando leyó que hubo alguna vez una “Guerra de los Cien Años” me dijo con los ojitos muy abiertos: “¡Eso debe de ser lo que llaman el caos!”

Para este chiquillo, que es por cierto bastante revoltoso y peleón en el patio de recreo, el conflicto es consustancial, porque cada niño necesita afirmar su identidad y su diversidad frente al mundo.  Pero una vez resuelto ese conflicto, ahí está el mar para reír con el amigo, para salpicar, dar volteretas y hacer aguadillas; para atragantarse con agua salada de la buena, no de la que brota en nuestras lágrimas.

La guerra es la sombra que amenaza esta playa de luz; la quimera que llena de cuerpos rotos el mismo mar en que estos niños se bañan. La guerra es patrimonio adulto, nuestro empeño y nuestra responsabilidad. Y tal vez la prueba más palmaria de nuestro pecado original.

No sabemos qué os deparará el futuro, niños de Gaza. Vamos a respetar vuestro baño como si, al igual que vosotros, creyésemos que esta tarde de verano no va a terminar nunca.

lunes, 6 de febrero de 2012

ESCRITO


Está escrito en el periódico que Paula,  la pequeña de la foto, padece una enfermedad de las denominadas “raras”, que nació con muchos problemas y que su familia lucha para pagar sus costosos tratamientos.

Seguramente está abocada al sufrimiento y le espera una vida llena de dolor y tristeza. Ya se sabe que las primeras emociones condicionan el desarrollo vital y que se puede predecir cómo será el adulto a partir de las experiencias negativas de la primera infancia. Esto nos lo dice la opinión común y también lo afirman algunos estudios. Vamos, que está escrito.

Pues nos equivocamos, no lo está. En la vida de un ser humano no es posible el determinismo. La felicidad no es una fórmula científica ni una receta de cocina. Para quien tiene la vida por delante – y todos la tenemos cada nuevo día- solamente hay tres cosas verdaderamente escritas:

La primera es que somos singulares. Nadie ha sido, es o será como nosotros ni jugará el mismo papel en el mundo. Para que la realidad sea tal como es, cada persona es imprescindible con sus debilidades y fortalezas. La certeza de esa singularidad es el primer paso para vivir de manera más consciente.  Novela es el vivir y cada uno escribe la suya,  como decía Unamuno.

La segunda es que dentro de cada ser humano habita una energía poderosa, la capacidad de superar los problemas más graves y levantarse después de las caídas. Los psicólogos la llaman “resiliencia”, como esa cualidad física de los materiales que se doblan pero no se parten. En realidad es la fuerza de la propia vida, que desborda nuestro ámbito interior y nos impulsa a marchar siempre hacia adelante.

La tercera cosa escrita es que el amor cura. No hay más que mirar la risa de esta niña y de su abuelo para darse cuenta.

La historia de la pequeña Paula está por escribir. Ella es la autora.