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domingo, 4 de julio de 2021

La adultez emergente. O no.

 


Como a muchos, me resulta difícil asimilar que, después de un año de inmenso esfuerzo y sacrificio en los centros educativos, afrontemos una quinta ola de COVID 19 a causa de unos bachilleres en viajes de fin de curso cuyas imprudencias estaban programadas de antemano y fueron conocidas, aceptadas y pagadas por sus familias. Es como si a jóvenes que van a entrar en la mayoría de edad legal no se les pudieran pedir renuncias porque les provocaríamos una rabieta. Pero no estamos solos en esto; se trata de una tendencia que comparten todas las sociedades avanzadas.

Un informe publicado recientemente por la revista médica británica The Lancet titulado The age of adolescence ha situado la nueva edad de término de la adolescencia en… ¡los 24 años! Confirma además que las primeras experiencias adolescentes llegan a través de Internet a la vida de los niños y niñas aproximadamente a los diez años, por lo cual la etapa de la adolescencia aumenta su duración hasta una longitud insólita hasta ahora en la historia de la humanidad, en la cual siempre fue una transición, a veces breve, a la vida adulta. El estudio afirma literalmente: “La pubertad más temprana ha acelerado el inicio de la adolescencia en casi todas las poblaciones, mientras que también el retraso en su finalización ha elevado la edad de término a más allá de los 20 años. Paralelamente, el retraso en el momento de las transiciones de roles, incluso la finalización de la educación, el matrimonio y la paternidad, continúa desplazando las percepciones populares de cuándo comienza la edad adulta”.

 

Así que los jóvenes de dieciocho años de hoy pueden adoptar actitudes y hábitos que tal vez corresponden a los doce nuestros y de nuestros padres. Ya estamos observando cómo, imperceptiblemente, muchos retrasan la consecución del carnet de conducir, porque ya no les apetece lograr ese antiguo rito de paso. Por supuesto, el gran rito de paso a la vida adulta, que es el empleo y por tanto la independencia económica, se ha retrasado casi una década, y esto ya es parte de la construcción social y no de la voluntad particular de nuestros hijos. Pero si es verdad que la escasa y precaria oferta de empleo no les ayuda, también lo es que nosotros mismos catalogamos como “todavía joven para tener hijos” a una pareja de treintañeros en la que ambos trabajan.

El retraso del final de la adolescencia marca ahora una nueva etapa de la vida, entre los 18 y los 29 años, que se denomina “la adultez emergente”. Viene marcada por la dilatación temporal de la dependencia familiar pero, a pesar de ella, me parece muy importante- e incluso vital para el futuro como sociedad- que sepamos exigir a la gente joven el cumplimiento de sus responsabilidades.

Siempre con el apoyo de su familia, deben comprender que sus acciones tienen consecuencias y  que ellos- protagonistas de su vida- son quienes han de empeñarse en resolver sus problemas. El sentido común debería prohibirnos a los padres, por ejemplo, ir a pedir una revisión de examen a un profesor de bachillerato, hacer cola para la matrícula universitaria mientras los interesados duermen- estampa común en estos días de julio- o acompañarlos hasta la misma puerta en una entrevista de trabajo. Es cosa suya. Tienen derecho a asumirla.  

La adultez emergente puede terminar convirtiéndose en un cascarón irrompible. Me preocupa.

 


[1] Sawyer et alia, The age of adolescence. The Lancet, 2018. https://www.thelancet.com/journals/lanchi/article/PIIS2352-4642(18)30022-1/fulltext

 

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