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miércoles, 14 de julio de 2021

El mensaje secreto

 




Mi abuelo Manuel, a quien siempre llamé Papá Lolo, era astrónomo. Trabajaba como asistente de los astrónomos jefes en el Observatorio de San Fernando, que preside con su cúpula dieciochesca aquella zona de la bahía de Cádiz. Por supuesto, dominaba las matemáticas y durante la guerra civil se ocupó en desentrañar los códigos numéricos con que estaban cifrados los mensajes. Una mañana de marzo del año 1938, aquellas fórmulas desvelaron la noticia del hundimiento de un gran barco, el crucero Baleares. Había sido torpedeado durante la batalla del Cabo de Palos y setecientos ochenta y cinco de los mil miembros de su tripulación habían muerto. Entre ellos, casi todos los marineros, que eran naturales de San Fernando y la bahía. Demudado, trasladó el mensaje al Estado Mayor, que le ordenó secreto absoluto. Y tuvo que permanecer en silencio durante tres semanas mientras las madres y las novias de aquellos muchachos- que eran sus vecinas- hablaban esperanzadas del regreso. Él se cruzaba a diario con aquellas mujeres, huérfanas ya de hijos, a quienes impulsaba cada mañana el anhelo de volver a verlos. Y su corazón de hombre bueno se consumía en la llama negra de aquel secreto.

Durante muchos veranos de mi infancia, cuando nos sentábamos después de cenar a la fresca del patio, mi abuelo recordaba esa historia. Y siempre, siempre, lloraba al contármela. Las lágrimas de Papá Lolo me enseñaron lo terrible, lo inhumana que es la violencia; lo terrible, lo inhumana que es la guerra.

 

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