La Codosera (Badajoz)
Mi primer destino en la función
pública como propietaria provisional fue el colegio Nuestra Señora de
Chandavila, de La Codosera, uno de los más bellos enclaves de Extremadura, en
la provincia de Badajoz. Llegué en septiembre de 1982 y era tan joven que
enseguida me nombraron secretaria del claustro, privilegio que nunca se volvió
a repetir.
Recuerdo una escuela muy viva, muy pequeña y muy feliz. De entonces
a hoy, La Codosera ha crecido mucho y ya llegan a ella carreteras y
comunicaciones. Internet me ilustra sobre la evolución de aquel cole: el Chandavila
se mantiene vivo y extraordinario, afortunadamente.
No han corrido la misma suerte
centenares de escuelas rurales por toda nuestra geografía. Todavía me sobrecoge,
al viajar por carretera, el innumerable desfile de construcciones abandonadas
que tienen todo el aspecto de haber sido colegios donde los niños y niñas de
los pueblos lo aprendían todo, con la misma calidad y esfuerzo que en las
capitales. Y es que, urbanocéntricos
como somos, olvidamos que ese mundo rural a cuya desaparición asistimos con
indiferencia ocupa el 90% del territorio español y el 35% de la población.
Todavía
recuerdo con bochorno la presentación de un informe Talis en la cual un político
denunciaba que los niños españoles no aprobaban ni siquiera una experiencia tan
cotidiana como orientarse en el Metro. Entonces un maestro se dirigió a este
buen señor para hacerle ver que esa no era una experiencia cotidiana ni
siquiera para los niños de Madrid. “Mis alumnos son de pueblo y distinguen un álamo de un olmo, pero nunca se perderán en el Metro, se lo aseguro”- dijo aquel maestro a quien
aplaudimos con fervor.
Al hablar sobre la escuela rural
podemos tender a una generalización que también es muy urbana. Hay comarcas que sufren una impactante desertización pero
las hay que mantienen una actividad humana y económica pujante, a pesar de las
dificultades. Tampoco es ya de recibo la dicotomía decimonónica entre lo rural
y lo urbano tanto en el modelo de vida como en la ocupación del espacio. En el
siglo XXI las tecnologías de la comunicación han diluido las diferencias porque
han uniformizado modas y hábitos sociales, han modificado la estructura de las
familias y han aumentado la movilidad y las oportunidades de empleo virtual.
Tanto es así que cabe preguntarse en qué se diferencia hoy metodológicamente
una escuela rural de una de ciudad. En ambas entra el mundo entero a través de
una pizarra digital, en ambas se aplica la innovación educativa. Por eso no
podemos mirar atrás con nostalgia sino reflexionar sobre los pueblos de hoy y
sobre el lugar que han de ocupar. Y en ese contexto la escuela rural es el
primer foco de innovación, una fuente de equilibrio territorial y de cohesión
social, y- de manera fundamental- una salvaguarda de la base cultural y el
patrimonio histórico.
Desde luego el despoblamiento que
se ha producido en los últimos sesenta años es un problema grave y generador de
desequilibrios sociales y territoriales, especialmente – y reproduzco datos de
un estudio de REDER (Red Española de Desarrollo Rural)- en los territorios que abarcan una
circunferencia que tuviera como centro Madrid y cuyo radio alcanzase la Cornisa
Cantábrica, el Pirineo y el interior de las costas mediterráneas y
suratlánticas, bordeada por los valles del Guadalquivir, Ebro, Segura, Turia ,
Guadiana y Tajo. Muchos pueblos de esta zona no alcanzan los 5.000 habitantes y
su abandono se considera, desde el año 2014, problema de Estado. En la mayoría de
ellos han desaparecido las escuelas porque “tenían muy pocos alumnos, no
compensaba la inversión económica, agruparlos en centros más grandes es
rentabilizarlos”- (¿para destinar el dinero a contratar medios de transporte,
para desanimar a sus habitantes, a los profesores destinados allí?).- “Está
demostrado que los servicios sociales no son rentables cuando la población es
escasa”. Rentable, ese parece ser el concepto clave de la cuestión. ¿Rentable
para quién? ¿Es el cierre de las escuelas una de las causas de la
desertización? ¿Es simplemente una de las consecuencias?
Mejorar la calidad de
los servicios de sanidad, educación y asistenciales en los pueblos, así como
disponer de infraestructuras adecuadas para permitir que estos servicios se
puedan prestar en un radio de distancia razonable sin riesgos para la vida y la
unidad familiar debería ser una prioridad gubernamental. Y que la escuela
unitaria es factor de desarrollo, debería ser una certeza. Porque simplemente
no es cierto que sea mejor concentrar a los niños y niñas en aglomeraciones
escolares, como no lo es obligar a sus familias a emigrar a zonas más pobladas.
Puede que a corto plazo- el único al cual atienden los políticos españoles- resultase
más barata esta solución, pero ya hemos alcanzado el medio y largo plazo y no
solo hemos provocado desequilibrios tal vez irreversibles sino que hemos
encarecido ostensiblemente la adopción de soluciones y la aplicación de las
políticas adecuadas. Esto en un país que firmó los objetivos de la Estrategia
2020 de la UE y se comprometió a “destacar a los territorios rurales como polos
de cultura, desarrollo e innovación”. ¡Ya estamos en el 2020!
Es un error imponer razones
economicistas sobre la calidad de vida de los seres humanos. El mundo rural no
es un parque temático de la biodiversidad destinado a que lo visiten los
urbanitas durante los fines de semana. Los pueblos tienen dueños, las escuelas
rurales tienen destinatarios. Las familias que residen en estas zonas no
quieren abandonar su territorio ni renunciar a sus raíces, son los gestores
quienes les fuerzan a hacerlo, ya sea retirándoles servicios, deteriorando su
calidad o encareciéndolos hasta hacerlos inviables. No tienen en cuenta que el
medio rural es el gran proveedor de alimentos, naturaleza y calidad de vida de
las zonas urbanas, y que el inalienable derecho a la educación alcanza a la
última niña de la aldea más perdida. Para eso pagamos impuestos los españoles,
no para las arbitrariedades que soportamos a diario.
La España rural, como la escuela
rural, es una realidad diversa y heterogénea, que debe interesarnos a todos los
que deseamos un país vivo, activo, que valore dónde esta situada la educación
de calidad. Y nadie puede negar que las pequeñas escuelas unitarias saben mucho
de calidad educativa, de innovación metodológica, de colaboración con las
familias y de personalización. Repito: saben mucho.
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