Qué alegría
amanecer esta mañana de Reyes. Perdonen, no me he presentado: soy un niño
español, pálido y orgulloso como dicen los poetas que somos los de esta tierra,
soy una niña española con la piel color de azúcar andina o caribeña. Mis
regalos han sido muchos o pocos, todo lo que pedí con ilusión o un poquito
menos, pero hay algo precioso que yo misma puse esta mañana porque lo pongo
siempre, porque es mi esencia, mi fuerza de niña: puse esperanza.
Sé que
seguiré creciendo en un país unido y en paz, como lo ha sido para mis padres y
mis abuelos. Sé que seguiré contando con oportunidades para estudiar, para
vivir feliz, aunque los mayores deban seguir esforzándose por mejorar las
cosas. Sé que cuando la maestra me pregunte mi nacionalidad seguiré sintiéndome
orgulloso de decir “yo soy español, profe.”
Sé que estos
señores tan poderosos que chillan tanto en los noticiarios van a tenerme
presente, van a comprender que en sus manos está buena parte de mi futuro.
Esta
esperanza de infancia no es un regalo, es un reto, una invitación imperativa y
seria a la concordia y a la cordura. A los Reyes Magos les pedí juguetes, a los
políticos les pido que no olviden que ni mis padres, ni mis vecinos, ni mis
compañeros de clase, ni yo somos juguetes.
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