En el Informe sobre el Desarrollo Mundial 2018, Jim Yong Kim, el presidente del Grupo
Banco Mundial, afirma categóricamente: “En el caso de los jóvenes,
la educación, cuando funciona como es debido, fomenta el empleo, incrementa los
ingresos, mejora la salud y reduce la pobreza. A nivel social, estimula la
innovación, fortalece las instituciones y promueve la cohesión social. Pero
estos beneficios dependen del aprendizaje, y la escolarización sin aprendizaje
es una oportunidad desaprovechada. Más aún, es una gran injusticia: los niños
con los que la sociedad está más en deuda son aquellos que más necesitan de una
buena educación para prosperar en la vida”.
Contemplo el panorama de
mi escuela, único referente cultural -y en ocasiones hasta ético- de los
alumnos que viven “bajo el umbral de la pobreza”, a quienes se refiere el señor
Yong Kim, y me anonada la
responsabilidad de que un maestro solo ante la clase, sin recurso de apoyos
educativos, pueda transformar de una manera tan clara el futuro de un niño.
Y entonces recuerdo a León
Tolstói en un párrafo de ese monumento
humano que es Ana Karenina: “La mejora de las condiciones sociales es previa a
la mejora que proporciona la educación.”
Y comprendo que los poderes fácticos no pretenden
resolver los grandes problemas de la humanidad, que han pasado la
responsabilidad a los ciudadanos, inermes, y se lavan las manos.
Sin embargo
es Tolstói quien tiene razón.
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