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sábado, 14 de octubre de 2017

MOTIVARSE



Acabo de asistir al V Congreso sobre Alumnos Superdotados y con Altas Capacidades organizado por la Fundación Mundo del Superdotado. Su presidenta, la titánica y maravillosa Carmen Sanz Chacón, es una mujer que está cambiando la percepción social sobre las personas más inteligentes, muchas veces, en tremenda paradoja, abocadas al fracaso escolar.

El título del congreso- "La apuesta por el talento. Identificación y motivación de los superdotados" me ha permitido conocer a centros y profesores de toda España que están trabajando ya con sus alumnos de altas capacidades de manera creativa y valiosa. Debemos pensar que componen un 10% de la población, por tanto no cabe duda de que están, silenciosos y anónimos, en todas nuestras aulas. También me ha permitido reflexionar sobre una de las palabras que componen ese título: la motivación.

Es curioso el malentendido que rodea a la motivación. Etimológicamente, deriva del latín movere, motum, movimiento. Designa una fuerza motriz, en este caso, psicológica, que orienta la conducta humana hacia un objetivo, explica los actos de un individuo, suscita, inicia, mantiene y canaliza las conductas personales aunque se integren después en un trabajo de equipo.

Sabemos que la motivación constituye una necesidad del ser humano y que puede ser primaria –aquella que obedece a impulsos biológicos-; secundaria, que se adquiere a través de la experiencia y el aprendizaje; intrínseca, aquella en que la motivación es la propia actividad en sí misma; o extrínseca, en la cual la motivación es un beneficio que se obtiene de la realización de la actividad.

La necesidad de respeto y de reconocimiento es la cuna de la motivación. Para la mayoría de los niños están más o menos completas las necesidades fisiológicas, las de seguridad y las afectivas. Sin embargo, pocos educadores y padres prestamos atención a las necesidades de autoestima y autorrealización. Y estas necesidades de crecimiento personal, cuando son satisfechas, desarrollan todas las potencialidades del ser humano.

De entre todos los tipos de motivación, la que tiene verdadera relevancia educativa es la motivación intrínseca, que responde a la necesidad de sentirse competente, de hacer las cosas con gusto y hacerlas bien. 
Estoy segura de que todos conocemos esta historia:
En la época en que se construía la catedral de París, una mañana pasó el arzobispo revisando los trabajos, que ocupaban a cientos y cientos de obreros.
En su recorrido, le llamaron particularmente la atención tres individuos que ejecutaban el mismo trabajo: picar grandes bloques de piedra. Sólo que el primero se desempeñaba con visible desgana y fastidio; el segundo, con seriedad, pero con lentitud y cierta pesadez; el tercero, en cambio, con entusiasmo y diligencia.
El arzobispo preguntó al primero: “¿Qué estás haciendo?” “Me pusieron a tallar esta piedra dura y horrible”- fue la respuesta. Luego preguntó al segundo: “¿Qué estás haciendo?” “Aquí, cumpliendo con el horario de trabajo, qué aburrimiento”. Finalmente, formuló la misma pregunta al tercero: “¿Qué estás haciendo?”, y recibió la respuesta: “¡Estoy construyendo la catedral de París!”

El cuentecillo se nos ha contado mil veces a los profesores para explicarnos lo que es la motivación, sin profundizar en su verdadero significado. Porque, si los tres picapedreros tienen el mismo trabajo, el mismo horario y el mismo sueldo, el tercero de ellos nos deja bien claro que el infinitivo verbal que corresponde al sustantivo “motivación” es motivarse. Hablamos por tanto de un estado de ánimo que uno debe lograr y sostener por sí mismo.

 Los profesores no “motivamos” a los alumnos; este malentendido ha dado lugar a que se nos haya confundido algunas veces con animadores. Nuestra tarea es rodear a los alumnos de la seguridad, las experiencias de éxito, la aprobación de sus logros, la propuesta de nuevos retos y, en definitiva el “paisaje” que les permita a ellos desarrollar una motivación personal ante la tarea y ante la vida.

Educar a alguien es, en primer lugar, hacer que confíe en sí mismo. Para  ser capaces de ver las potencialidades de nuestros hijos y de nuestros alumnos - y verlas es la única manera de guiarles para que las saquen a la luz - nos conviene reflexionar como El Principito: “Yo siempre amé el desierto. Uno se sienta sobre una duna de arena. No ve nada. No oye nada. Y, sin embargo, alguna cosa resplandece en silencio. Lo más bello del desierto es que, siempre, en alguna parte esconde un pozo.”

He aprendido muchísimo durante este congreso. Agradezco mucho esta oportunidad a la Fundación Mundo del Superdotado y a Carmen Sanz Chacón.





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