No sé por qué se me ocurrió ir en el tren de cercanías en vez
de llevarme el coche aquel sábado por la tarde. Tal vez por la pereza de buscar
aparcamiento en el centro de Alcalá de Henares, o por la necesidad de estar
sola durante una hora, viendo pasar ciudades dormitorio y barriadas en
silencio, sin hacer absolutamente nada. El caso es que tomé el de las 18,02 en
la estación de Chamartín y me senté junto a la ventanilla.
Subieron en Atocha y se sentaron frente a mí. Tuve que
recoger un poco las piernas; son tan estrechos esos asientos… Ella llevaba el hiyab con camiseta y vaqueros. Tenía los
ojos de color castaño dulce, inmensos, rodeados por largas pestañas de muñeca. Era
muy joven, no le eché más de veinte años, y tan preciosa, con la piel tan blanca
y la boca tan suave, que las huríes no la hubieran dejado entrar en el paraíso.
Él era alto y grande, moreno, con el cabello muy rizado y los ojos de fuego
verde. Llevaba el ceño fruncido como un adolescente que hubiera crecido demasiado
pronto. Se miraron en silencio y se besaron tiernamente en los labios. Estaban
solos en el vagón, yo me sentí invisible. Fue él quien continuó una
conversación que la llegada del tren debía de haber suspendido.
-He robado. He robado y lo tengo que admitir. Y ya lo he pagado.
-Y ahora, ¿qué? ¿Marcharte? ¿Te devuelven allí otra vez? ¿Es
que no hay remedio?
-Me echan de aquí. Dice el abogado que no hay nada que hacer.
Bajó la cabeza en silencio, como escuchando una sentencia,
pero sus ojos desprendían llamas de rabia verde. Ella miró a través de la
ventanilla hacia un punto lejano. Pensé: qué triste está, qué enamorada, qué
decidida. Se está convirtiendo en una mujer aquí ante mis ojos. En Atocha era
una niña y ahora ya no lo es. Nunca lo será de nuevo.
-Pues me voy contigo. Yo no puedo vivir sin ti y me da todo
igual. Se lo diré a mi madre y ella lo entenderá. Dejo todo lo que tenga que
dejar y me voy contigo amor, a donde tú vayas.
Él acercó el rostro y volvió a besarla en los labios. Ella
prosiguió. Hablaba con un timbre vibrante y tranquilo a la vez:
-Pero tiene que ser para comenzar una nueva vida. Tiene que
ser para trabajar en serio, para estar juntos y hacer las cosas bien. Si la
situación está mal aquí, allí será tremenda pero no importa. Algo nos saldrá.
Él le acarició la cara en silencio. Apretaba los labios y le
temblaba la barbilla pero ella no se dio cuenta. Solo veía el fantasma del
futuro.
-Amor, prométeme que será para empezar una nueva vida. Dime
que sí, que vamos a trabajar en serio, juntos los dos. Dime que vamos a hacerlo
todo bien a partir de ahora.
Él no contestó. El tren llegaba a la estación de Vallecas.
Ella volvió a mirar hacia afuera, triste y decidida. Se bajaron en silencio.
Los vi avanzar por el andén, cogidos de la mano.
La infancia de una muchacha quedó tirada en el asiento ante
mí, como un despojo de alma.
Continué el viaje.
Hola amigos os recuerdo mi blog de poesias si deseais volver a visitarlo
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