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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



miércoles, 13 de abril de 2016

Crisis


 
 
 
Hace años tuve la oportunidad de asistir en Valencia a un congreso internacional sobre el papel de los gobiernos y los agentes sociales. Cuando todavía no se olfateaba en el aire ni siquiera la palabra crisis, los expertos de aquel foro describieron para el literal “mañana” una tormenta de dimensiones colosales, que afectaría mucho más que a la economía, al papel de los estados y de la sociedad. En ella seguimos inmersos hoy sin encontrar salida. Es una crisis de civilización y de modos de vida; de las instituciones y su ética; del acuerdo tácito por el cual los gobiernos protegían a los muy ricos si contribuían a cambio al bienestar social; de los logros conseguidos en derechos humanos. Incluso es una crisis de la familia.  Pequeños y asustados, los occidentales de clase media, que vivíamos hasta ahora en el “barrio pijo” del mundo, comenzamos a atisbar cómo es la cotidianeidad de la mayor parte de la humanidad.

 
En este cambio surge cada vez más fuerte el propio individuo. Hay nuevas formas de interacción con lo que nos rodea, cada vez más posibilidades de emprender acciones personales, de opinar, de comunicarse. Y por otra parte, hay cada vez más uniformidad en las tendencias. Por eso es importante, más que nunca, la manera de ser. Estamos comenzando a convertirnos en “marcas”, en el sentido de que se sabe quiénes somos pero además cómo somos, es decir qué rasgos de nuestra personalidad nos diferencian de los demás. El  individuo ya no forma parte de grupos sino que cada uno de nosotros es un grupo en sí. La relación entre las personas ya no está basada en la imposición sino en el cordón umbilical que se tiende entre nosotros. Nos estamos dando cuenta de la necesidad vital de la cooperación.

 

Y mientras el mundo se configura de esta nueva manera, cada uno de nosotros, los docentes, sigue teniendo sus crisis personales, de motivación y hasta de autoestima, llora sus lágrimas, escribe su novela. Vemos a nuestros alumnos afrontar su futuro en un mundo frío, algo desalmado, con pocas referencias. No podemos prever qué sufrimientos, qué problemas les deparará la vida. Sin embargo, hay algo que tenemos claro, la salida de esta crisis está en las personas. Por eso, hoy más que nunca es el momento de la escuela que comprende su auténtico valor. Porque la educación es el epicentro de la construcción de relaciones personales.

 
En la escuela, el ajuste que recortó el número de profesionales y de programas educativos de una manera tan violenta, se ha convertido en el viento de una verdadera revolución metodológica e interpersonal que ya está en marcha. Los profesores que la realizarán- que la estamos realizando ya - hemos descubierto la individualidad de los alumnos, oculta durante décadas bajo la uniformidad del sistema napoleónico. Así que, mientras abrimos ventanas tecnológicas al mundo entero, y nos hermanamos con lugares desconocidos hasta ahora, viajamos también hacia el interior, hacia la propia esencia. Me parece que cada escuela de hoy comienza a apreciar que está en un lugar y un momento concretos, rodeados de otros que también son únicos e insustituibles. La revolución de conseguir una escuela más autónoma y más libre, que ya no espera soluciones que provengan “de arriba”.

 
Lejos de los tópicos al uso y de los lugares comunes del lenguaje, la libertad no consiste en poder elegir entre el bien o el mal. La libertad consiste en que se puede. Cuando yo, sencillamente, soy libre para poder, cuando tengo la posibilidad de poder es cuando realmente tengo que tomar las riendas de mi vida. Tal vez para escapar de esta responsabilidad, nos quiere el capitalismo cada vez más clónicos, más ajustados a los patrones standard de la OCDE, más adocenados. Pero la escuela sí puede. Y está en ello. Tanto que me da rabia no tener treinta años. Esta revolución metodológica e interpersonal es digna de ser vivida desde dentro.

 
Llega la hora de clase. Hoy también presenciaré un milagro. Como dice Kierkegaard, las cosas de las cuales se dice que sólo ocurren cada mil años, son cosas que suceden a diario tan sólo con que exista el observador. El viento del cambio sopla de la escuela hacia afuera. Cuando parece que no hay esperanza, la hay a raudales.

 

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