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lunes, 1 de febrero de 2016

Antonio Hernández, poeta


La primera vez que me encontré con el poeta Antonio Hernández estábamos los dos – yo sobrecogida- junto al lecho de muerte de Luis Rosales: Y algo acababa de estrenarse arriba en las estrellas.

Había comenzado a leer por el último poema el libro Nueva York después de muerto por el cual le otorgaron el Premio Nacional de Poesía 2014. No puedo expresar este primer impacto en mi alma, porque yo fui una niña que paladeaba versos de Rosales y los dirigía a la memoria de algún amor futuro: Verte, qué visión tan clara. Vivir es seguirte viendo,

Así que encontrarme allí, en el hospital Puerta de Hierro, de una manera tan vívida, escuchar las últimas palabras del maestro era algo biográfico, atronador. Aquella visión que me dejaba sin aliento estaba hecha de palabras, era un poema de Antonio Hernández; formaba parte de un libro entre los libros: Nueva York después de muerto.

Comencé a leerlo con inmensa emoción y reconocí guiños a mis más profundos secretos, como: ¡Un hijo, un hijo, un hijo!

Agradecí ese homenaje a Gabriela Mistral, y me recordé a mí misma copiando de adolescente ese poema del hijo, premonitorio de mi destino.

Y también leí un soneto. ¡Qué soneto! Tomando el testigo de los más grandes, impulsándolos como reto para los poetas de futuro.

No sé si fue morir más espantoso
                                              que vivir sin gritar tu nombre al viento…

Cuando terminé de leer, Antonio se había convertido ya en miembro destacado de un tesoro que guardo en el alma y al que he bautizado con un nombre que suena involuntariamente a pájaro tropical: los poetaparamí.

Luego tuve el honor de conocer a la persona y comprobar que su mirada milagrosa de niño es sincera, que Antonio Hernández se sitúa con modestia como discípulo de los grandes, en vez de en el Parnaso donde está ya . Es un poeta para mí y es un poeta para todos.

El habla, como el agua, como el aire, es un tesoro
Y supe que solo habla demasiado
El que no dice nada,
O que si hablas de ti y de aquel que te escucha
Con las mismas palabras entregadas,
Hay sol, has abierto un camino.

Comparto con vosotros este homenaje a la docencia, una profesión que él tiene muy cerca.

El viejo hablaba pétalo a pétalo,
                                                hablaba convirtiendo la palabra en semilla,
                                                  con una asignatura en cada sílaba,
                                       con una graduación en cada idea, el maestro.

 
Un poeta es alado y sagrado. Esto dice Platón en uno de sus Diálogos - el Ión- pero el gran filósofo griego añade: Y cuando poetiza está demente y ya no habita en él la inteligencia.

Platón opina que en el creador, cuando se halla en el momento de la creación, no habita la inteligencia porque esta es una cualidad frágil, tal vez la más limitada entre todas las cualidades humanas. El poeta se encuentra en otro territorio, en la frontera entre la cordura y la locura, tierra de nadie donde rigen sin leyes el instinto de vida y el de muerte. Antonio mismo nos lo cuenta:

Sentía un deseo estancado, los ojos como zarpas y el alma en la frontera

 La poesía es la máscara que nos descubre, escribe en la página 80, y esas ocho palabras equivalen a todos los tratados de filosofía y literatura que se hayan escrito sobre ella.

Las dos claves que brillan en toda la obra de Antonio Hernández son la verdad y la belleza.

La belleza es la verdad desoculta. Cuando el lector se queda anonadado ante la belleza de un poema, no es porque algo esté representado de manera exacta -  no hay “realismo” en este libro -.   El asombro proviene de que ha tenido frente a él un relámpago de la verdad. Heidegger dice literalmente: un claro de la verdad.

Un gran poeta está poseído por una gran pasión por crear, fuera de todo prejuicio, y mientras está creando su arte posee – y lo sabe- un enorme poder. Y cuando concluye nos detiene a los demás, a quienes recorremos el camino sin alas. Antonio nos lo cuenta así:

El hombre recorre el tiempo sin pasión hasta que otro ser lo detiene y le muestra la tenaz maravilla escondida del amor o del arte, y ahí se compagina la vida con la muerte.

Cuanta belleza, Antonio; la belleza es lo que nos detiene.

Es imposible ocultar la belleza…

Hay otro ámbito clave de la poesía: el tiempo. Un poeta es, en la definición de Antonio Machado, el hombre que emplea la palabra esencial en el tiempo. Esta esencialidad - la aproximación templada y consciente a lo más profundo del ser-  y la ubicación en su propio tiempo son dos de las mejores características de Antonio Hernández como poeta.

Tampoco todo el mundo sirve como lector de poesía. Sólo puede ser cuidador de la poesía quien sea capaz de aguantar mirando la verdad cuando esa verdad asoma, acontece, en un poema. Así nos lleva Antonio, así estamos con él en este viaje porque escribe para quienes aguantamos la verdad. Y nos hace un precioso guiño:

Intensidad, intensidad, esa insolencia del alma. No me anestesies, Dios, con la desidia.

Porque, si la poesía es la verdad, entonces la poesía es la historia, y la existencia histórica de un pueblo es su poesía.

Así que voy a dedicarle unas palabras de alguien a quien él ama, a quien nos descubre en este libro como Federico vivía del amor (p. 84). Y lo curioso es que estos versos de Federico García Lorca están incluidos en el poemario:

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan claro, tan rico de aventura. 
Gracias, Antonio Hernández.

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