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miércoles, 2 de enero de 2013

TIEMPO DE REGALOS PARA NUESTROS HIJOS


 

 

 

Las megafiestas de estos días, la sucesión de apocalípticos Papás Noel y Reyes Magos en poco más de una semana de fiestas de Navidad, no son sino manifestaciones de lo atrapados que nos tiene la sociedad de consumo. A los adultos, no nos engañemos. Porque esta avalancha de gastos y regalos no corresponde a una necesidad, ni seguramente a un deseo, de nuestros hijos.

Si somos sinceros, debemos reconocer que en muchas ocasiones empleamos el dinero y los juguetes como sustitutos de nuestra presencia y afecto. Creemos que a nuestros hijos les consuelan porque a nosotros, cuando salimos quemados del trabajo, parar a comprar un par de zapatos nos consuela. Pero es un reflejo condicionado que estamos transmitiendo, y debemos ser conscientes de ello.

De vez en cuando se publican estudios sociológicos que muestran panoramas merecedores de reflexión. Es curioso, por ejemplo, el informe Adecco sobre las aspiraciones de los niños y adolescentes españoles entre 9 y 17 años. Ocho de cada diez encuestados afirma que, si fuera adulto, preferiría pasar más tiempo con sus hijos a ganar mucho dinero; que si mandaran en el mundo resolverían en primer lugar la pobreza; y que la mejor manera de gastar el dinero es viajar. La mayoría de los chicos quiere ser futbolista, y casi un 25% de las chicas elige ser de mayor… ¡profesora! No aparece entre las respuestas más frecuentes la profesión de modelo, que los mass media presentan como el sueño de toda mujer. ¿Por qué damos por sentado que a nuestros hijos les encanta todo lo material?

 
Sin embargo, el mercado dedicado al mundo infantil es uno de los más florecientes y agresivos: la campaña de los juguetes previa a la Navidad comienza a mediados de agosto, todas las tardes de viernes están supeditadas a la invitación que tenga nuestro hijo en su cargada agenda, seis o siete meses antes de su cumpleaños estamos reservando ya pista en la bolera, pedimos al Banco un crédito para pagar la fiesta de Primera Comunión, nos sentimos incapaces de frenar toda esta vorágine y no sabemos en realidad qué es lo que pasa.

 
Las celebraciones son importantes para la familia y deben ser ocasión para demostrarnos unos a otros que nos queremos. Pero el lenguaje de los sentimientos de un niño es más sensible y profundo de lo que pudiera parecer: puede entender perfectamente que va a pedir a los Reyes uno o dos regalos, los que escoja sabiendo justificarlo, y por nuestra parte nos volcaremos en que el día 6 de enero sea especial,  fuera de lo común y adocenado. La montaña de regalos que permanece sin abrir porque ni siquiera da tiempo no sirve más que para producir una sensación de exceso, de borrachera, con su inevitable vacío posterior. Un desayuno familiar con roscón y chocolate, prolongado y en el que todos pongamos lo mejor de nosotros mismos, en el que nuestros hijos aporten la decoración de la mesa, pintando servilletas o un mantel de papel, decorando las sillas o recortando siluetas para la lámpara puede convertirse en una tradición familiar inolvidable, que repitan ellos el día de mañana con sus propios hijos.

 Viviendo así este periodo festivo, ¿para qué sobrecargar a los niños con expectativas de regalos? ¿Qué sentido tiene el engaño sobre Papá Noel cuando ya el misterio de los Reyes es suficiente para llenar de encanto los primeros años, y de añoranza el resto de la vida? No debemos engañarnos: un juego de Play Station o un vestuario completo de Barbie que se estrenan el veinticinco de diciembre nos aseguran la tranquilidad y el silencio de los niños durante un par de semanas, justo hasta que el seis de enero llegue otro cargamento de regalos. Ese y no otro es el motivo de copiar la tradición anglosajona. Si nos es imposible luchar contra la corriente, porque nuestros familiares se han sumado a ella, al menos exijamos sentido común a la hora de regalar, para no caer en el exceso que estraga. ¿Qué tal los libros y juegos de mesa en Navidad y la muñeca soñada que se pidió en la carta, para los Reyes? ¿Y si Papá Noel trae las entradas para ver una obra de teatro, un concierto o una función de circo en familia, y lo vivimos como una gran fiesta? El arte representado en directo es un gran regalo también, uno de los mejores. Y en todos los pueblos y ciudades hay oportunidades de verlo en estos días.

A quienes se entrampen para comprar este año los reyes de sus hijos les invito a hacer la prueba de los dos años después: los regalos no se recuerdan.

 Estamos cercados por la sociedad de consumo. Sin embargo,  podemos educar a nuestros hijos como personas solidarias, con sentido crítico y con capacidad de juicio y de elección, empleando la valiosa herramienta de la austeridad, una invitación que nos hace hoy la crisis económica. Porque no es realmente más libre quien escoge entre ocho marcas distintas de cereales para desayunar; este exceso, por el contrario, anula la libertad. Es libre quien escoge entre dos opciones siguiendo verdaderamente sus preferencias. Nuestros hijos comprenden la austeridad mucho mejor de lo que creemos. Si les educamos en ella - con nuestro ejemplo, claro está- recogeremos los frutos.

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Me alegra haber encontrado este blog. Carmen Guaita, soy Alejandro de 14 años.El otro día me escucho junto a Javier Urra, se acuerda de mi? Me gustaría poder escribirla, tiene usted algún correo electrónico que me pueda facilitar? Yo le doy el mío y si usted quiere manda la respuesta. ase.rtve@gmail . com y mi blog http://lapublicadetodos.blogspot.com.es/

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