Las megafiestas
de estos días, la sucesión de apocalípticos Papás
Noel y Reyes Magos en poco más de
una semana de fiestas de Navidad, no son sino manifestaciones de lo atrapados
que nos tiene la sociedad de consumo. A los adultos, no nos engañemos. Porque
esta avalancha de gastos y regalos no corresponde a una necesidad, ni
seguramente a un deseo, de nuestros hijos.
Si somos sinceros, debemos reconocer que en muchas
ocasiones empleamos el dinero y los juguetes como sustitutos de nuestra
presencia y afecto. Creemos que a nuestros hijos les consuelan porque a
nosotros, cuando salimos quemados del trabajo, parar a comprar un par de
zapatos nos consuela. Pero es un reflejo condicionado que estamos
transmitiendo, y debemos ser conscientes de ello.
De vez en cuando se publican estudios sociológicos que
muestran panoramas merecedores de reflexión. Es curioso, por ejemplo, el
informe Adecco sobre las aspiraciones
de los niños y adolescentes españoles entre 9 y 17 años. Ocho de cada diez
encuestados afirma que, si fuera adulto, preferiría pasar más tiempo con sus
hijos a ganar mucho dinero; que si mandaran en el mundo resolverían en primer
lugar la pobreza; y que la mejor manera de gastar el dinero es viajar. La
mayoría de los chicos quiere ser futbolista, y casi un 25% de las chicas elige
ser de mayor… ¡profesora! No aparece entre las respuestas más frecuentes la
profesión de modelo, que los mass media
presentan como el sueño de toda mujer. ¿Por qué damos por sentado que a
nuestros hijos les encanta todo lo material?
Sin embargo, el mercado dedicado al mundo infantil es uno
de los más florecientes y agresivos: la campaña de los juguetes previa a la Navidad comienza a
mediados de agosto, todas las tardes de viernes están supeditadas a la invitación
que tenga nuestro hijo en su cargada agenda, seis o siete meses antes de su
cumpleaños estamos reservando ya pista en la bolera, pedimos al Banco un
crédito para pagar la fiesta de Primera Comunión, nos sentimos incapaces de
frenar toda esta vorágine y no sabemos en realidad qué es lo que pasa.
Las celebraciones son importantes para la familia y deben
ser ocasión para demostrarnos unos a otros que nos queremos. Pero el lenguaje de
los sentimientos de un niño es más sensible y profundo de lo que pudiera
parecer: puede entender perfectamente que va a pedir a los Reyes uno o dos
regalos, los que escoja sabiendo justificarlo, y por nuestra parte nos
volcaremos en que el día 6 de enero sea especial, fuera de lo común y adocenado. La montaña de
regalos que permanece sin abrir porque ni siquiera da tiempo no sirve más que
para producir una sensación de exceso, de borrachera, con su inevitable vacío
posterior. Un desayuno familiar con roscón y chocolate, prolongado y en el que
todos pongamos lo mejor de nosotros mismos, en el que nuestros hijos aporten la
decoración de la mesa, pintando servilletas o un mantel de papel, decorando las
sillas o recortando siluetas para la lámpara puede convertirse en una tradición
familiar inolvidable, que repitan ellos el día de mañana con sus propios hijos.
Viviendo así este periodo festivo, ¿para qué sobrecargar
a los niños con expectativas de regalos? ¿Qué sentido tiene el engaño sobre Papá
Noel cuando ya el misterio de los Reyes es suficiente para llenar de encanto
los primeros años, y de añoranza el resto de la vida? No debemos engañarnos: un
juego de Play Station o un vestuario
completo de Barbie que se estrenan el
veinticinco de diciembre nos aseguran la tranquilidad y el silencio de los
niños durante un par de semanas, justo hasta que el seis de enero llegue otro
cargamento de regalos. Ese y no otro es el motivo de copiar la tradición
anglosajona. Si nos es imposible luchar contra la corriente, porque nuestros
familiares se han sumado a ella, al menos exijamos sentido común a la hora de
regalar, para no caer en el exceso que estraga. ¿Qué tal los libros y juegos de
mesa en Navidad y la muñeca soñada que se pidió en la carta, para los Reyes? ¿Y
si Papá Noel trae las entradas para ver una obra de teatro, un concierto o una
función de circo en familia, y lo vivimos como una gran fiesta? El arte
representado en directo es un gran regalo también, uno de los mejores. Y en
todos los pueblos y ciudades hay oportunidades de verlo en estos días.
A quienes se entrampen para comprar este año los reyes de
sus hijos les invito a hacer la prueba de
los dos años después: los regalos no se recuerdan.
Estamos cercados por la sociedad de consumo. Sin
embargo, podemos educar a nuestros hijos
como personas solidarias, con sentido crítico y con capacidad de juicio y de
elección, empleando la valiosa herramienta de la austeridad, una invitación que
nos hace hoy la crisis económica. Porque no es realmente más libre quien escoge
entre ocho marcas distintas de cereales para desayunar; este exceso, por el
contrario, anula la libertad. Es libre quien escoge entre dos opciones
siguiendo verdaderamente sus preferencias. Nuestros hijos comprenden la
austeridad mucho mejor de lo que creemos. Si les educamos en ella - con
nuestro ejemplo, claro está- recogeremos los frutos.
Me alegra haber encontrado este blog. Carmen Guaita, soy Alejandro de 14 años.El otro día me escucho junto a Javier Urra, se acuerda de mi? Me gustaría poder escribirla, tiene usted algún correo electrónico que me pueda facilitar? Yo le doy el mío y si usted quiere manda la respuesta. ase.rtve@gmail . com y mi blog http://lapublicadetodos.blogspot.com.es/
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