Los españoles estamos siempre atascados
en la pequeña vanidad de lo excluyente. Cada día nos acompañan los mismos
mensajes: o conmigo o contra mí; a mi
manera o a la tuya; hago lo que me da la gana. La última moda es: si no vienes
bajo mis siglas, estás a favor de los recortes. Dos mil quinientos años de
lógica para esto. En fin. Parece que no somos capaces de conjugar la primera
persona del plural en los verbos, y por eso en muchas cosas importantes
actuamos como un país griposo y corto de vista. No vemos a los demás y nos
ponemos unos a otros en cuarentena.
Esta vanidad de lo excluyente impregna a
la educación. Lamentablemente, el anteproyecto de la LOMCE, al menos en el
último texto conocido por la comunidad educativa, posee una buena dosis.
Se ha presentado como una gran reforma
cuando es una modificación de desigual calado en determinados artículos de la
Ley Orgánica de Educación vigente. En la mayoría de las ocasiones, los cambios
sirven para empeorarla, algo meritorio por lo difícil. Ni es la reforma
sustancial que se proclama, ni contiene medidas efectivas contra
el fracaso y abandono escolar.
Se presenta como una gran oportunidad
para todo el alumnado pero no comprende el sentido de la enseñanza pública. Responde
a algunas necesidades del sistema educativo, pero no tendrá calado si no
considera a la educación como un todo, cuyos protagonistas deben ser el profesorado,
los alumnos y las familias, nunca los administradores ni los ideólogos.
El anteproyecto es vanidoso porque
ignora la realidad. Insiste en que no se necesita dinero para la calidad e
ignora los recortes que sufre el sistema educativo. Por eso propone medidas de
atención al alumnado que, de llevarse a cabo, implicarán necesariamente el
aumento de efectivos docentes y de financiación, y la disminución de las ratios.
La calidad se paga, como sin duda ya saben los redactores de un texto
impregnado de economicismo pero sin memoria económica.
Y es que el marco teórico de la reforma
es una visión economicista de la educación, basada en la competitividad como
factor de calidad, con exceso de pragmatismo y falta de personalismo, que considera a los resultados como indicador único,
como si se hablara de un balance de ventas, sin tener en cuenta el progreso
personal del alumnado aunque se mencione en varios artículos.
El anteproyecto es vanidoso porque
presume de viajero. El propio Ministerio ha reconocido que muchas propuestas
están tomadas de sistemas educativos europeos. Es un reconocimiento implícito de
que se ha elaborado a base de ideas aisladas y no se ha mirado, sin embargo,
qué funciona bien aquí y por qué. Sin embargo, para mejorar el sistema educativo
español es mucho más útil una buena experiencia en Logroño que en Helsinki.
Además prolonga la desconfianza política
en el profesorado. Ni siquiera contempla que las evaluaciones sean realizadas
por docentes. Modifica una vez más las condiciones laborales e ignora
importantes especialidades docentes cuyos profesores ven mermado su horario
lectivo y el peso de sus materias.
Como reproduce iniciativas de países que
no cuentan con una red de enseñanza pública, dota a los directores de los
centros de atribuciones que sobrepasan las requeridas para mejorar la oferta
educativa de sus centros. El director se convierte en un gestor de personal con
un sesgo empresarial. Si es cierta la próxima presentación de un borrador de
Estatuto Docente, estas cuestiones profesionales deben tratarse allí. La
política del profesorado debe ser paralela y simultánea con la reforma, no
posterior a ella.
La Lomce debe negociarse en los foros
legítimamente constituidos como representación del profesorado. Debe contarse
también con la voz de profesores expertos, reconocidos por todos, que los hay.
El Ministerio no puede considerar como únicos interlocutores a los ciudadanos
que hacen llegar sus propuestas por medios electrónicos. Eso es participación
ciudadana pero no es diálogo ni negociación.
Contra nuestra innata vanidad, deberíamos
encontrar paciencia para elaborar una ley serena, con vocación de futuro y de
perdurabilidad, que escuche las propuestas de la comunidad educativa, que no se
elabore una vez más de espaldas al profesorado.
Contra la vanidad de despreciar todo lo
de aquí, podíamos dar juego a descubrir lo que funciona y por qué, en Castilla
y León, en Navarra, en La Rioja, en Galicia… Medidas que favorecen el éxito de
los alumnos sin vías muertas, sin caminos de no retorno, con flexibilidad
verdadera.
Contra la vanidad de despreciar la
enseñanza pública, hace falta una apuesta por lo que sirve para todos y
garantiza la igualdad de oportunidades, por lo que construye sociedad. Y la
enseñanza pública no puede gestionarse con criterios empresariales sino,
inevitablemente, con criterios sociales.
Contra la vanidad de creer que a menos
dinero, más calidad, merecemos una dotación económica sin crisis pero con sentido
común. La premisa de que el número de profesores y la financiación de programas
educativos no influye en los resultados es falsa por principio, y sin embargo
sustenta el anteproyecto.
Contra la vanidad de creer que uno lo
hace todo bien, hace falta un documento sin contradicciones palpables,
holístico, sabio en vez de atolondrado. Una verdadera reforma del sistema
educativo y no la ley que ahora toca.
Porque mientras sigamos actuando como
hasta ahora, las reformas se sucederán ante la indiferencia de la comunidad
educativa. Y este anteproyecto de la Lomce se verá superado por los de la Domce
y la Tremce, como dice brillantemente un profesor cacereño al que desde aquí
agradezco el juego de palabras.
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