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Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



miércoles, 14 de noviembre de 2012

LA CRISIS


 

Nos ha tocado vivir en el capitalismo, menos mal, decían. No hay problemas ni malas perspectivas, decían. El capitalismo se caracteriza por sus crisis y siempre sale de ellas más fuerte. Las cosas sólo pueden ir a más y mejor. Es el momento del segundo coche, la segunda vivienda, el único hijo, para inundarle de todo. Eso decían. Nos lo creímos.

Pero esta crisis no es como las otras, no pasará sin más. Aún no conocemos sus dimensiones ni podemos prever sus repercusiones sobre la sociedad, la política, sobre las migraciones humanas, el terrorismo… Algo grave está pasando. Si paras un momento quieto puedes oír cómo sopla en nuestros oídos el viento de la historia.

Vivimos en un sistema irracional. Nosotros, la gente de a pie, lo intuimos ya cuando empezamos a ver hace algunos años la sangría humana desbordándose en pateras hacia el mar.

Nos dijeron que la globalización era la solución a todos los problemas pero era, sencillamente, la cara más descarnada del capitalismo. Ha servido para ahondar en la circulación del dinero y no del trabajo, en la superioridad del mercado sobre los Estados, en la suplantación del interés social por el beneficio económico, en la privatización de los servicios públicos... Bueno, y qué le importa eso a quien vive de ella. Todavía me retumban en los oídos las declaraciones de ese empresario que, después de dejar tiradas a miles de personas sin un viaje que habían pagado, afirmó que él nunca hubiera comprado billetes de su propia compañía aérea. Y no ha pasó nada.

La globalización jugó con nosotros. Consiguió ahondar las diferencias económicas entre los pueblos y convertirnos en hiperconsumidores a todos, incluyendo a los excluidos del consumo. Cuando uno, desde su aldea, puede comparar su modo de vida con el que muestran los medios de comunicación, la pobreza deja de ser una condición humana que superar para convertirse en una humillación profunda por la que clamar venganza. En ese nido nace la violencia.

Los que vivimos al otro lado, hemos consumido sin parar, indiferentes a lo que hacíamos con la Tierra, con la infancia, con la gente joven. Hoy describimos nuestro mundo como el imperio de la comunicación, pero escondemos su cara oculta: la homogeneidad cultural, la prevalencia de lo económico sobre las ideas y los sentimientos.

El mundo tiene que cambiar. Porque lo quiere cada uno de nosotros, no porque lo diga el G7 o el G20. Por desgracia, la crisis de la economía viene acompañada de una gravísima crisis de confianza en los políticos. ¿Por qué? Porque la política se ha convertido en un club privado donde se juega con los papeles asignados, y a nadie se le ocurre ya idear proyectos. Toda la historia de la democracia occidental se ha basado en un“pacto social” no escrito que permitía a los más ricos seguirlo siendo, siempre que contribuyeran con su riqueza al funcionamiento de la sociedad. El pacto se ha roto cuando la política ha permitido que los ricos no paguen impuestos ni tengan responsabilidades. La amenaza del futuro es el totalitarismo que sigue a la desaparición de las clases medias, el caos, la violencia del terrorismo fanático y la despersonalización del consumo de drogas, donde miles de seres humanos quieren encontrar un remedio para la angustia.

¿Quién da cuenta por tantos derroches e insensateces? Una decisión política, un voto, no es una carta blanca. Todo lo que es legal no es por eso mismo siempre válido ni bueno. Progreso no implica repunte económico solamente; más solidaridad, mejor comunicación, más participación política, es progreso también.

Pienso como Hannah Arendt: El poder sólo es realidad donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se usan para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades.

El año pasado pensaba que nuestra voluntad es el viento de la historia, y nos engañaba quien nos hizo creer que somos la veleta. Ahora ya no estoy tan segura.

 


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