BIENVENIDOS

Bienvenidos a esta sala de profesores. Gracias por compartir conmigo las ganas de pensar sobre educación.



lunes, 21 de febrero de 2022

Edison, el estúpido





 El director del colegio de Thomas Edison le dijo que era estúpido y jamás aprendería; Albert Einstein no pudo leer ni una sílaba hasta los siete años. Ambos son paradigmas de los genios que acumularon fracaso escolar y todos conocemos sus historias. Pero quizá no sepamos que al director de cine Steven Spielberg lo rechazaron tres universidades por sus malas notas, que cuando los Beatles se conocieron eran “fracasados para la música”, que Walt Disney arrastraba la etiqueta de “chico sin imaginación” o que la astrónoma Jocelyn Bell, descubridora de los púlsares, suspendió la reválida del bachillerato. Por supuesto, las malas notas no son una característica indispensable para los genios, y para cada ejemplo de fracasos famosos los hay de grandes personalidades que fueron brillantes en los estudios, como la filósofa Hannah Arendt, la científica Margarita Salas, el premio Nobel de Literatura Albert Camus- que estudió siempre con becas- o Niels Böhr, padre de la física cuántica, que explicaba las fórmulas más difíciles a sus maestros. Lo que nadie puede dudar es que cada uno de nosotros es mucho más rico que sus capacidades académicas, que todos evolucionamos a mayor velocidad que nuestras etiquetas y  que el futuro de cada ser humano se arma con la aportación de muchas facetas, no solo de las calificaciones escolares.

Por eso, mientras nos vamos creyendo la teoría de las inteligencias múltiples, conviene conocer cómo funcionan los procesos del pensamiento, qué es la intuición y qué es la metacognición.

Cuando elegimos el sabor de un helado no estamos pensando sino reflexionando entre las opciones que tenemos delante. El verdadero pensamiento es una función mental mucho más compleja porque es intencional. Nos abre posibilidades nuevas hacia lo verdadero, lo real, pero también hacia lo imaginativo, lo especulativo y lo creativo. Para comprobarlo podemos, por ejemplo, mostrar el cuadro Las Meninas a un alumno o alumna a partir de los nueve años y preguntarles algo tan complejo como: “Dicen que este cuadro simboliza la igualdad entre los seres humanos, ¿por qué lo dirán?” La respuesta- que será asombrosa, ya lo veréis- nos va a permitir presenciar el complejo proceso del pensamiento creativo: división de un todo en sus partes y separación entre un significado y su finalidad. Emplearán símbolos, porque pensar no está necesariamente asociado a lo tangible y concreto. Las dificultades de nuestros alumnos de siete años para memorizar las tablas de multiplicar, por ejemplo, se deben a la dificultad del pensamiento infantil para abstraer un número X de lo que concretamente es: la representación de una cantidad determinada de cosas. Pero desde el final de la infancia, y para el resto de la vida, la multiplicación 3x2 podrá resolverse sin emplear “tres grupos de dos naranjas”.

Gracias al pensamiento abstracto, si afrontamos algo nuevo o desconocido, nuestra mente tiende a encontrarle similitud con algo que ya conocemos, para poderlo clasificar: “No lo había visto en mi vida pero por la pinta es un insecto”. El pensamiento aumenta su calidad cuando aumenta el conocimiento. Si queremos que nuestros hijos piensen, deben manejar conocimiento, “saber cosas”, cuantas más cosas y mejor aprendidas, más posibilidades tendrán.

Pues bien, uno de los más importantes hábitos cognitivos es aquel que entrena a escuchar la propia intuición.

La intuición es la atención profunda a lo que nos dice el fondo del pensamiento. Algo así como una voz anónima que proviene de ti mismo y que te recuerda sencillamente algo que ya sabías y permanecía aletargado en tu interior. Por supuesto, como la intuición es una respuesta, se activa con el contacto humano, incluso aunque no seamos conscientes de ello, como si la sabiduría para la vida fuese un tesoro que compartimos entre todos.

Por otra parte, esta intuición profunda suele acertar. Todos tenemos la experiencia de habernos arrepentido al no seguir “lo que me decía el corazón.” Porque la intuición suele decirnos lo que debemos hacer, con acierto, y nosotros la ocultamos con otras consideraciones que funcionan como interferencias- lo que me apetece en este instante, lo que mis amigos quieren que haga…-. Escuchar la intuición es un valor clave para sentirse libre y para fortalecer la inteligencia emocional.  Y es que si acostumbramos a nuestros hijos a preguntarse “¿Qué me dice el corazón que debo hacer?” se acostumbrarán a escucharse pensar y tomará mejores decisiones.

Por último, se denomina metacognición a la reflexión que hacemos sobre el funcionamiento de nuestra inteligencia. Al escucharse pensar del que acabamos de hablar, pero en relación  a sus procesos de aprendizaje, por eso supone una gran ayuda para los estudios. Tiene tres aspectos que pueden abordarse en clase:

1.             Cómo puede dirigir su aprendizaje.

2.             Cómo puede ser consciente de sus debilidades y fortalezas, de lo que puede hacer de forma autónoma y lo que necesita para mejorar.

3.             Cómo puede evaluar lo que ha aprendido. Así podrá cambiar lo que no funcione.

Nuestros alumnos pueden iniciarse en la metacognición:

·                     Siendo conscientes del funcionamiento de su memoria: cómo recuerdan las cosas con más eficacia, qué hacen que las olviden, qué tipo de estrategias le van bien para recordar...

·                     Siendo conscientes de cómo comprenden mejor lo que les explican. Si identifican enseguida lo que no comprenden y qué más necesitarían saber. Quien lee un texto con atención y al finalizar se da cuenta de que no ha comprendido nada, puede volver atrás y empezar de otra manera: párrafo a párrafo para extraer los puntos fundamentales, relacionarlos unos con otros, intentar darles sentido... Eso es aplicar el pensamiento metacognitivo.

La metacognición es un proceso difícil de valorar porque se da de forma autónoma- no podemos hacerlo por ellos- y muchas veces silenciosa, pero hay algunas claves que nos pueden ayudar:

·                    Motivarlos para que la usen. Ponerles ejemplos y hacerles ver la utilidad de reflexionar sobre cómo piensan en diversos ámbitos, y cómo se puede hacer de forma más eficaz.

·                    Atraer su atención hacia aspectos concretos del aprendizaje: ¿Cuándo fue más eficaz? ¿Por qué te salió bien en un momento determinado? ¿Qué hiciste de forma diferente? Es interesante ayudarles a generar preguntas sobre sus procesos.

·                    Tienen que contarse a sí mismos - para “pensar en voz alta”- qué han hecho durante el recorrido de una tarea, cómo han llegado a una conclusión, qué les ha hecho tomar esa decisión.

·                    Debemos decirles que el objetivo es utilizar este tipo de pensamiento sin darse cuenta de que lo hacen, igual que montan en bicicleta.

La ventaja de conocer los procesos del pensamiento es que podemos aprender a potenciarlos.

Jamás hemos encontrado ningún alumno estúpido. Hay más probabilidades de haber tenido en clase a Jocelyn Bell o a Edison.

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario