
El director
del colegio de Thomas Edison le dijo que era estúpido y jamás aprendería;
Albert Einstein no pudo leer ni una sílaba hasta los siete años. Ambos son
paradigmas de los genios que acumularon fracaso escolar y todos conocemos sus
historias. Pero quizá no sepamos que al director de cine Steven Spielberg lo
rechazaron tres universidades por sus malas notas, que cuando los Beatles se
conocieron eran “fracasados para la música”, que Walt Disney arrastraba la
etiqueta de “chico sin imaginación” o que la astrónoma Jocelyn Bell,
descubridora de los púlsares, suspendió la reválida del bachillerato. Por
supuesto, las malas notas no son una característica indispensable para los
genios, y para cada ejemplo de fracasos famosos los hay de grandes personalidades
que fueron brillantes en los estudios, como la filósofa Hannah Arendt, la
científica Margarita Salas, el premio Nobel de Literatura Albert Camus- que
estudió siempre con becas- o Niels Böhr,
padre de la física cuántica, que explicaba las fórmulas más difíciles a sus
maestros. Lo que nadie puede dudar es que cada uno de nosotros es mucho más
rico que sus capacidades académicas, que todos evolucionamos a mayor velocidad
que nuestras etiquetas y que el futuro
de cada ser humano se arma con la aportación de muchas facetas, no solo de las
calificaciones escolares.
Por eso, mientras nos vamos creyendo la teoría de las inteligencias
múltiples, conviene conocer cómo funcionan los procesos del pensamiento, qué es
la intuición y qué es la metacognición.
Cuando elegimos el sabor de un helado no estamos pensando sino
reflexionando entre las opciones que tenemos delante. El verdadero pensamiento
es una función mental mucho más compleja porque es intencional. Nos abre
posibilidades nuevas hacia lo verdadero, lo real, pero también hacia lo
imaginativo, lo especulativo y lo creativo. Para comprobarlo podemos, por
ejemplo, mostrar el cuadro Las Meninas a un alumno o alumna a partir de los
nueve años y preguntarles algo tan complejo como: “Dicen que este cuadro simboliza
la igualdad entre los seres humanos, ¿por qué lo dirán?” La respuesta- que será
asombrosa, ya lo veréis- nos va a permitir presenciar el complejo proceso del
pensamiento creativo: división de un todo en sus partes y separación entre un
significado y su finalidad. Emplearán símbolos, porque pensar no está necesariamente
asociado a lo tangible y concreto. Las dificultades de nuestros alumnos de siete
años para memorizar las tablas de multiplicar, por ejemplo, se deben a la
dificultad del pensamiento infantil para abstraer un número X de lo que
concretamente es: la representación de una cantidad determinada de cosas. Pero desde el final de la
infancia, y para el resto de la vida, la multiplicación 3x2 podrá resolverse
sin emplear “tres grupos de dos naranjas”.
Gracias al pensamiento abstracto, si afrontamos algo nuevo o desconocido,
nuestra mente tiende a encontrarle similitud con algo que ya conocemos, para
poderlo clasificar: “No lo había visto en mi vida pero por la pinta es un
insecto”. El pensamiento aumenta su calidad cuando aumenta el conocimiento. Si
queremos que nuestros hijos piensen, deben manejar conocimiento, “saber cosas”,
cuantas más cosas y mejor aprendidas, más posibilidades tendrán.
Pues bien, uno de los más
importantes hábitos cognitivos es aquel que entrena a escuchar la propia
intuición.
La intuición es la atención
profunda a lo que nos dice el fondo del pensamiento. Algo así como una voz
anónima que proviene de ti mismo y que te recuerda sencillamente algo que ya
sabías y permanecía aletargado en tu interior. Por supuesto, como la intuición
es una respuesta, se activa con el contacto humano, incluso aunque no seamos
conscientes de ello, como si la sabiduría para la vida fuese un tesoro que
compartimos entre todos.
Por otra parte, esta intuición
profunda suele acertar. Todos tenemos la experiencia de habernos arrepentido al
no seguir “lo que me decía el corazón.” Porque la intuición suele decirnos lo
que debemos hacer, con acierto, y nosotros la ocultamos con otras consideraciones
que funcionan como interferencias- lo que me apetece en este instante, lo que
mis amigos quieren que haga…-. Escuchar la intuición es un valor clave para
sentirse libre y para fortalecer la inteligencia emocional. Y es que si acostumbramos a nuestros hijos a preguntarse
“¿Qué me dice el corazón que debo hacer?” se acostumbrarán a escucharse pensar y tomará mejores
decisiones.
Por último, se denomina metacognición a la reflexión que hacemos sobre el funcionamiento de nuestra
inteligencia. Al escucharse pensar
del que acabamos de hablar, pero en relación
a sus procesos de aprendizaje, por eso supone una gran ayuda para los
estudios. Tiene tres aspectos que pueden abordarse en clase:
1.
Cómo
puede dirigir su aprendizaje.
2.
Cómo
puede ser consciente de sus debilidades y fortalezas, de lo que puede hacer de
forma autónoma y lo que necesita para mejorar.
3.
Cómo
puede evaluar lo que ha aprendido. Así podrá cambiar lo que no funcione.
Nuestros alumnos pueden
iniciarse en la metacognición:
·
Siendo
conscientes del funcionamiento de su memoria: cómo recuerdan las cosas con más
eficacia, qué hacen que las olviden, qué tipo de estrategias le van bien para
recordar...
·
Siendo
conscientes de cómo comprenden mejor lo que les explican. Si identifican
enseguida lo que no comprenden y qué más necesitarían saber. Quien lee un texto
con atención y al finalizar se da cuenta de que no ha comprendido nada, puede
volver atrás y empezar de otra manera: párrafo a párrafo para extraer los
puntos fundamentales, relacionarlos unos con otros, intentar darles sentido...
Eso es aplicar el pensamiento metacognitivo.
La metacognición es un proceso
difícil de valorar porque se da de forma autónoma- no podemos hacerlo por
ellos- y muchas veces silenciosa, pero hay algunas claves que nos pueden
ayudar:
·
Motivarlos
para que la usen. Ponerles ejemplos y hacerles ver la utilidad de reflexionar
sobre cómo piensan en diversos ámbitos, y cómo se puede hacer de forma más
eficaz.
·
Atraer
su atención hacia aspectos concretos del aprendizaje: ¿Cuándo fue más eficaz?
¿Por qué te salió bien en un momento determinado? ¿Qué hiciste de forma
diferente? Es interesante ayudarles a generar preguntas sobre sus procesos.
·
Tienen
que contarse a sí mismos - para “pensar en voz alta”- qué han hecho durante el
recorrido de una tarea, cómo han llegado a una conclusión, qué les ha hecho
tomar esa decisión.
·
Debemos
decirles que el objetivo es utilizar este tipo de pensamiento sin darse cuenta
de que lo hacen, igual que montan en bicicleta.
La ventaja de conocer los procesos
del pensamiento es que podemos aprender a potenciarlos.
Jamás hemos encontrado ningún alumno estúpido. Hay más probabilidades de haber tenido en clase a Jocelyn Bell o a Edison.