He tenido la alegría de participar en el
programa dedicado a los abuelos en la serie “A mi yo adolescente”, de RTVE. En
este enlace se puede encontrar buena parte de la conversación que tuve con los
jóvenes invitados. Eran personas extraordinarias y disfruté muchísimo con sus
reflexiones y su compañía.
Los abuelos son la dinamo de la infancia, el eslabón entre nuestra presencia temporal y la historia de la humanidad. Pero no es sencillo definir su acción. Existe una campaña para que la Real Academia Española acepte el término abuelidad, creado en 1980 por la médica argentina Paulina Redler para denominar la cualidad de ser abuelo o abuela y los efectos del vínculo con los nietos.
Desde el principio de la historia y hasta
hace poco tiempo, las generaciones de una misma familia solían convivir juntas,
con varios núcleos familiares en la misma casa, y compartían tarea y sustento.
En ausencia de instrucción escolar, los abuelos y abuelas acumulaban la
sabiduría vital. Los Consejos de Ancianos jugaban un papel importante en lo
judicial y en lo religioso, las abuelas eran matriarcas que aglutinaban a toda
la familia y ejercían la autoridad moral. A unos y otras se les consideraba
investidos de un carácter sagrado: el de la vida que resistía el paso del
tiempo. Eran, claro está, ancianos y ancianas que apenas sobrepasaban
los cincuenta años. La Gerusía de Esparta solo admitía como miembros a quienes
hubieran alcanzado la increíble edad de sesenta años. Mucho más cerca, resulta
impactante leer en la novela La Regenta (publicada en 1884) que la protagonista
ha abandonado definitivamente la juventud. ¡Y tiene veintinueve años! Este
comienzo temprano de la vejez perdura hasta el siglo XX, cuando el enorme
avance de la medicina permitió prolongar la esperanza de vida. Hoy el umbral de
la tercera edad está en los 65 años, lo cruzan personas llenas de vitalidad y
en estupendas condiciones físicas, y hablamos ya de “cuarta edad”. La cobertura
económica de las pensiones de jubilación permite a la mayoría de los abuelos
cubrir de forma autónoma sus necesidades, aunque esta independencia traiga
asociada para algunos la merma de la relación familiar e incluso la
soledad.
En nuestro siglo XXI, y en Occidente,
padres y madres adoptan indistintamente los roles del cuidado, se da con
frecuencia la separación de la pareja, aumenta el número de familias con un
solo progenitor, la economía aprieta y volvemos al “compartir casa y mesa” de
las generaciones anteriores. Por eso vivimos un regreso a la palestra de
quienes nunca se fueron: los abuelos. Muchos de ellos han trabajado desde
muy jóvenes; muchas de ellas han sido pioneras en la incorporación de la mujer
al mercado laboral. Cuando los hijos necesitan su ayuda, se convierten en
imprescindibles para la conciliación.
Por supuesto, y esto no lo cambian ni la
geografía ni la historia, para sus nietos son un tesoro. Pocas relaciones hay
tan armónicas como las de abuelos y nietos, pocos momentos más bellos que los
que disfrutan juntos. Sabemos que los niños cuyo contacto con sus abuelos es
frecuente disfrutan de estímulos muy valiosos, y que el cuidado de los nietos
previene el deterioro cognitivo de los mayores. Pero sabemos también que los
abuelos desean disfrutar de su tiempo libre, del ocio, de la
cultura y de las oportunidades. Cuando se encargan de los nietos los cuidan con
un horario y un desempeño de calidad profesional, pero no remunerada, cuya
motivación es el amor. Ojo, el amor que tienen a sus propios hijos.
Necesitamos de los mayores para sentirnos
reales, enraizados y queridos; ellos necesitan de nosotros para mantener las
ganas de vivir. La abuelidad es una ceremonia sagrada de comunicación
interpersonal. Los jóvenes de este vídeo lo reconocen y lo agradecen.
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