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jueves, 18 de febrero de 2021

Perdonar

 



Dice Cicerón que los amigos son pilares de la vida. Yo cuento con la amistad de personas que me acompañan aun cuando estén ausentes, me enriquecen las horas y los minutos, me curan los males y me reviven. Pienso en ellas a diario y me siento como una guardiana de tesoros. Cuando haga mi balance final, tendrán un puesto de privilegio. 

Uno de estos amigos ha tenido que pasar una temporada en Lituania, a orillas del Mar Báltico. Es un lugar de inviernos casi eternos donde el primer mes del año se llama Enero el Terrible. Desde allí me ha escrito unas palabras que, como siempre, me han hecho pensar. Dice: 

Ya en esta tierra de frío inquebrantable, profundo, aterrador. El frío aquí tiene una vida propia, una forma de ser desconocida para nosotros, es como si existiese también en otro idioma y con otras claves. Realmente uno no se puede imaginar la adaptación a esto. Un frío intenso, total, que lo llena todo. Aquí no se puede decir ¡qué frío! Nos miramos y nos quedamos sin lenguaje que lo defina.

Me ha impresionado mucho esta descripción del frío como si fuera un sentimiento y no una sensación. Me he dado cuenta de que este frío inquebrantable se parece a una clase de dolor. Y es que hay algunos dolores en la vida tan intensos y profundos, tan totales, que no se puede hablar de ellos. Son los que nos causan las personas que amamos: un miembro de la pareja al otro, los hijos a los padres, los padres a los hijos...  Algunas veces uno tiene que alejarse de alguien a quien ama para seguir viviendo. Dice Cioran que los acontecimientos más importantes de la vida son las rupturas, y que ellas son también lo último que se borra de nuestra memoria.

Cuando una persona siente esta clase de dolor le pasa como a mi amigo con el frío polar, que no se imagina cómo terminará adaptándose a él. Sin embargo, en el fondo del alma, muy escondida, alienta desde el principio una certeza: para sobrevivir habrá que perdonar.

Hannah Arendt dice que la única posibilidad de dar marcha atrás en el irreversible daño que nos causamos unos a otros es la facultad de perdonar. El perdón profundo – el que absuelve un dolor inefable- es una facultad, un valor impreso en lo más hondo del ser humano. 

Pero las heridas no se cierran sólo con la voluntad. ¿Qué hay que hacer para perdonar?

La respuesta me la trae Lituania. Estaba buscando un poema para enviar a mi amigo como despedida ante su aventura y encontré estos versos del poeta lituano Milosz:

Hazme caso.
Tiéndete bajo un árbol
bien nutrido con barbas de musgo.
O bajo cualquier árbol.
Tiéndete sin música ni pensamiento.
Sueña en el vacío
de la malgastada nostalgia.
Y sonríe sin rencor
a lo que te ha abandonado.

Ya está. Se perdona abrazando al tiempo y convirtiéndolo en compañero de un viaje interior en el que abramos de par en par todas nuestras puertas con esa llave maestra que es la voluntad de vivir; se perdona con un esfuerzo constante y diario para no malgastarse en la nostalgia; se perdona con trabajo y entrega a los demás, mirando para adelante; se perdona con esperanza, esto es esperando con paciencia la manifestación de nuestra capacidad para la renovación.

Una persona puede sufrir durante muchos años el dolor de una herida causada por quien hubiera debido amarle bien, pero siempre llegará el día en que pueda sonreír sin rencor a lo que le ha abandonado. Porque esa primavera del perdón es tan cierta como la que llega cada año al hielo de Lituania, aunque al principio del invierno esté igual de escondida.

Me gustaría decirle a quien se siente ahora hundido en la nieve hasta la cintura, que el perdón profundo llegará una mañana sin previo aviso, brotando de la propia esencia. Y quien sufre hoy un dolor inefable podrá tumbarse sonriendo al sol de la vida, bajo el árbol pleno de su propia historia, lleno de musgo por tantos inviernos pasados, pero lleno de hojas verdes y de frutos también.

 

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