Foto: La Vanguardia
Entre el aluvión de noticias sobre rifirrafes de la política y problemas de la educación y la sanidad, como un titular más en un océano de información, nos hemos enterado del incendio y la destrucción del campamento de refugiados de Moria. Trece mil personas desesperadas, entre ellas miles de huérfanos abandonados y expuestos al infierno en plena infancia, se hacinan en un solar de la isla de Lesbos.
La bella Lesbos. Un lugar paradisíaco, rebosante de historia
y cultura de la antigua Grecia, donde brotó la semilla de la realidad cultural,
de la civilización avanzada que hoy conocemos como Europa; donde de la unión
entre la ética griega y la religión cristiana surgieron las ideas de democracia
y de derechos humanos. El lugar natal de Safo, del pirata Barbarroja- que de
todo hay en Europa, claro- y del poeta Anacreonte, que hace dos mil quinientos
años escribió:
Héroes, dejad de
enardecer mi mente
porque mi lira solo amores canta.
¿Por qué están allí, en Moria, esas personas que nada poseían
y lo han perdido todo? ¿De dónde han salido? Se lanzaron al mar huyendo del
hambre, de la miseria, de la guerra, de la muerte que les rodeaba en sus países
de origen. ¿Por qué escaparon con tanta desesperación? Seguramente porque perdieron
la esperanza de que su tierra natal deje de ser el campo de pruebas de las
industrias de armas, de la corrupción de los gobiernos, del desinterés del
capital por la igualdad y la prosperidad de la gente. ¿Alguno de nosotros, en
estos seis meses de pandemia, lo hubiera dejado todo y se habría tirado de
cabeza al mar? Habría que estar muy desesperado, ¿eh? Pues la guerra de Siria dura
ya nueve años.
¿Y qué hacemos ahora que están aquí? ¿Qué hacemos nosotros,
los europeos que también conocimos hace ochenta años el miedo, el hambre y la
muerte ciega pero se nos han olvidado, inmersos como estamos cada vez más en
atender los deseos del minuto presente. Quizá lo más sencillo sea escuchar al propio
Anacreonte:
Mientras
llega el momento
de acudir a las danzas infernales,
quiero vivir ajeno de cuidados.
Queremos vivir ajenos de cuidados sobre la realidad de Moria
porque nacimos aquí o aquí vivimos; porque nos pica la mascarilla anti Covid en
la cara y nos parece un castigo tener que llevarla puesta tantas horas. Pero nuestros hijos podrían haber
amanecido hoy, huérfanos, en Moria.
Los campamentos de refugiados son la prueba del pecado
original de la humanidad, que nos ha marcado a todos con una incapacidad
congénita: la de terminar con tanta hambre y tanta guerra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario