La primera vez que me encontré con el poeta Antonio Hernández
estábamos los dos – yo sobrecogida- junto al lecho de muerte de Luis Rosales: Y
algo acababa de estrenarse arriba en las estrellas.
Había comenzado a leer por el último poema el libro Nueva York después de muerto por el cual le otorgaron el Premio Nacional de Poesía 2014. No puedo expresar este primer impacto en mi alma,
porque yo fui una niña que paladeaba versos de Rosales y los dirigía a la
memoria de algún amor futuro: Verte,
qué visión tan clara. Vivir es seguirte viendo,
Así que encontrarme allí, en el
hospital Puerta de Hierro, de una manera tan vívida, escuchar las últimas
palabras del maestro era algo biográfico, atronador. Aquella visión que me
dejaba sin aliento estaba hecha de palabras, era un poema de Antonio Hernández;
formaba parte de un libro entre los libros: Nueva York
después de muerto.
Comencé a leerlo con inmensa emoción y
reconocí guiños a mis más profundos
secretos, como: ¡Un
hijo, un hijo, un hijo!
Agradecí ese homenaje a
Gabriela Mistral, y me recordé a mí misma copiando de adolescente ese poema del
hijo, premonitorio de mi destino.
Y también leí un soneto. ¡Qué soneto! Tomando el testigo de los más grandes, impulsándolos como reto para
los poetas de futuro.
No
sé si fue morir más espantoso
que
vivir sin gritar tu nombre al viento…
Cuando terminé de leer, Antonio se había
convertido ya en miembro destacado de un tesoro que guardo en el alma y al que
he bautizado con un nombre que suena involuntariamente a pájaro tropical: los poetaparamí.
Luego tuve el honor de conocer a la
persona y comprobar que su mirada milagrosa de niño es sincera, que Antonio
Hernández se sitúa con modestia como discípulo de los grandes, en vez de en el
Parnaso donde está ya . Es un poeta para mí y es un poeta
para todos.
El
habla, como el agua, como el aire, es un tesoro
Y
supe que solo habla demasiadoEl que no dice nada,
O que si hablas de ti y de aquel que te escucha
Con las mismas palabras entregadas,
Hay sol, has abierto un camino.
Comparto con vosotros este homenaje a la docencia, una profesión que él tiene muy cerca.
El
viejo hablaba pétalo a pétalo,
hablaba
convirtiendo la palabra en semilla,con una asignatura en cada sílaba,
con una graduación en cada idea, el maestro.
Un poeta es alado y sagrado. Esto dice Platón en uno de sus Diálogos
- el Ión- pero el gran filósofo griego añade: Y cuando poetiza está demente y ya no habita
en él la inteligencia.
Platón opina que en el creador, cuando se
halla en el momento de la creación, no habita la inteligencia porque esta es
una cualidad frágil, tal vez la más limitada entre todas las
cualidades humanas. El poeta se encuentra en otro territorio, en la frontera
entre la cordura y la locura, tierra de nadie donde rigen sin leyes el instinto de vida y el de muerte.
Antonio mismo nos lo cuenta:
Sentía un deseo estancado, los ojos
como zarpas y el alma en la frontera
La
poesía es la máscara que nos descubre, escribe en la página 80, y esas ocho palabras equivalen a todos los tratados de filosofía
y literatura que se hayan escrito sobre ella.
Las dos claves que brillan en toda la
obra de Antonio Hernández son la verdad y la belleza.
La belleza es la verdad desoculta.
Cuando el lector se queda anonadado ante la belleza de un poema, no es
porque algo esté representado de manera exacta - no hay “realismo” en este libro -. El asombro proviene de que ha
tenido frente a él un relámpago de la verdad. Heidegger dice literalmente: un claro de la verdad.
Un gran poeta está poseído por una gran
pasión por crear, fuera de todo prejuicio, y mientras está creando su arte
posee – y lo sabe- un enorme poder. Y cuando concluye nos detiene a los demás,
a quienes recorremos el camino sin alas. Antonio nos lo cuenta así:
El
hombre recorre el tiempo sin pasión hasta que otro ser lo detiene y le muestra
la tenaz maravilla escondida del amor o del arte, y ahí se compagina la vida
con la muerte.
Cuanta belleza, Antonio; la belleza es
lo que nos detiene.
Es
imposible ocultar la belleza…
Hay otro ámbito clave de la poesía: el tiempo. Un poeta es, en la definición de Antonio Machado, el hombre que
emplea la palabra esencial en el tiempo. Esta esencialidad - la aproximación
templada y consciente a lo más profundo del ser- y la ubicación en su propio tiempo son dos de
las mejores características de Antonio Hernández como poeta.
Tampoco todo
el mundo sirve como lector de poesía. Sólo puede ser cuidador de la poesía quien sea capaz de aguantar mirando la verdad
cuando esa verdad asoma, acontece, en un poema. Así nos lleva Antonio, así
estamos con él en este viaje porque escribe
para quienes aguantamos la verdad. Y nos hace un precioso guiño:
Intensidad,
intensidad, esa insolencia del alma. No me anestesies, Dios, con la desidia.
Porque, si la poesía es la verdad,
entonces la poesía es la historia, y la existencia histórica de un pueblo es su
poesía.
Así que voy a dedicarle unas palabras
de alguien a quien él ama, a quien nos descubre en este libro como Federico vivía del amor (p. 84). Y lo curioso es que estos versos de
Federico García Lorca están incluidos en el poemario:
Tardará
mucho tiempo en nacer, si es que nace, un andaluz tan
claro, tan rico de aventura.
Gracias,
Antonio Hernández.
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