Comienza un trimestre
que, por capricho del calendario, será muy corto. Los alumnos llegan de nuevo, como
las olas tras las olas, para renovar el milagro que cada jornada amanece
escondido, escuela adentro.
Los profesores nos
saludamos con alegría. El síndrome postvacacional no es –salvo en ciertos
casos- demasiado dramático en la docencia: “¿Has pasado buenas fiestas? ¿Cómo
ha ido todo?” Nos ponemos al día someramente, antes del timbre o a la hora del
recreo, y vamos hablando de esto y lo otro: de todo menos de política. En
parte, para mantener una neutral concordia entre nosotros; en parte para
devolver a la clase dirigente su silencio sobre los temas educativos y la
indiferencia – cuando no el desprecio y la ignorancia- que ciernen sobre
nosotros.
Hace ya años se empezó
a clamar por la necesidad de un pacto en educación. Posiblemente, la idea surgió a partir de la
certeza de que o había acuerdos, o cada cuatrienio estrenaríamos una ley educativa
nueva, cada vez más restrictiva- por ajustada al criterio de un solo partido-
que la anterior. En este tiempo ni los sindicatos, ni los sabios, ni la prensa,
ni los profes hemos logrado que se establezca algún acuerdo. Incluso ahora que los
políticos se ven obligados a dialogar para constituir Gobierno, cunde el
desánimo ante la certeza de que la educación no está entre sus prioridades. Desde
el comienzo de este siglo, solo en la vocación de los docentes y en su empeño
por mantener la moral alta ha sido la escuela constante. En todo lo demás,
hemos vivido cien vidas distintas. Como nadie en Europa y como nunca en la
breve trayectoria de nuestra enseñanza reglada.
En las cuatro últimas
legislaturas, la política de educación ha sido errática: leyes elaboradas
contra reloj y derogadas en el primer acto de otro gobierno; la muerte
prematura de una propuesta de pacto que hubiera podido rearmar a la comunidad
educativa cuando ya golpeaba la crisis; ajustes del presupuesto
indiscriminados, especialmente duros con lo más valioso, como si en vez de
recortar, amputaran; una LOMCE fabricada por algún experto en otra cosa; el
enfrentamiento intencionado entre redes educativas para que cada iniciativa a
favor de la escuela concertada, que goza ya de muchos privilegios, implique
perjuicio para la pública… En resumen, más de quince años de incapacidad en la
gestión; intereses ocultos y discordia. Los políticos siguen atrapados por la
agonía de un presente que deben aprovechar al máximo; tal vez por eso no saben
hacer planes de futuro y les resulta tan difícil mantener la honestidad.
A día de hoy, la única
salida a la situación que algunos denominan banalmente “el problema educativo”
está en la escuela misma. Los docentes ya se están dando cuenta, de ahí las
iniciativas que comienzan a despertar. A favor de ellas, yo lanzaría un único
ruego a los políticos que toman su lugar en el nuevo escenario. Es un ruego
concreto, nada complejo de efectuar: por favor, mientras ustedes abordan los
grandes temas y deciden lo que van a hacer, suspendan la burocracia que asfixia
las escuelas. Repito: cancelen el papeleo, por favor. Eso de momento. Luego ya
vamos hablando.
Es que empieza a
causarnos desesperación lo de escribir pormenorizadamente folios y folios que
nadie va a leer. Los profesores tenemos muchísimo trabajo y queremos realizarlo
con autonomía y libertad, en el marco de nuestros centros. La burocracia es un esfuerzo
inútil, y esta certeza se edifica sobre una reflexión profesional. Porque, en el
paisaje modesto de las aulas, bajo la pizarra digital o la pizarra verde, todos
sabemos que las leyes, con su cohorte de papeleos, constituyen buena parte del “problema
educativo”. Y que la matriz real de la educación se encuentra en la actitud de
los alumnos, la capacidad, iniciativa y formación de los docentes, la unión del
claustro y la colaboración de las familias.
Escuela adentro, enero
trae consigo a pesar de todo una inagotable fuente de esperanza: la gente joven
que empieza a pensar y sentir - como nosotros a su edad- que todo es posible. Son
los alumnos quienes poseen la fuerza para encarar el futuro. Somos los
profesores quienes nos rearmamos cada mañana para enseñar lo mejor que sabemos y
trabajamos en la construcción de un gran legado. Y es la comunidad educativa
plena quien mantiene el ánimo alto con el roce de la juventud y es capaz de
llevar a un centro en volandas durante cada curso.
Así que, a riesgo de
resultar tan machacona como una maestra, repito: señores políticos, sus
dictámenes y leyes son solo una parte pequeña de la vida de los centros. En lo
que queda de este curso, el que viene y siempre, dejen hablar libremente a las
aulas. Y si dentro de unos meses han sido capaces de establecer los primeros
pasos para un acuerdo en educación alejado de lo inmediatamente político y
cercano a las necesidades de las aulas, tal vez incluso puedan dejar, ustedes
también, un legado reconocible.
La dichosa burocracia y el arsenal jurídico y lingüístico que acompaña a cada ley educativa. ¡Qué difícil no caer en el desánimo! ¡Cuántos vericuetos y ramificaciones absurdas nos alejan de llamar "pan" al pan y "vino" al vino! ¡Cuántas trabas administrativas y "correcciones políticas" nos separan de nuestra tarea "Escuela adentro"!
ResponderEliminarUn abrazo