No sé si me causa mayor asombro la escasa implicación de los gobernantes en la conmemoración del IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, o que cualquier decisión sobre una ocasión tan importante se tome entrado ya el año, sin que haya habido planificación anterior. No obstante, tal vez el propio don Miguel tomara esta ausencia con resignación y le quitara importancia con una de sus frases como espadas: “El año abundante de poesía lo es también de hambre”.
Y es que, posiblemente, el lugar natural de Miguel de
Cervantes no sean las esferas políticas, que tanto le desagradaron en vida,
sino la gente de a pie, la ciudadanía y, sobre todo, las escuelas. Estoy segura
de que en la tierra natal de don Quijote no faltarán iniciativas cervantinas en
las aulas, pero esta causa debería ser, durante este año, el centro de todas
las escuelas.
Como maestra, he tenido el honor de representar con alumnos
de doce años nada menos que El Retablo de
las Maravillas. Del flechazo con Chirinos, Chanfalla y sus congéneres, los
chiquillos pasaron al interés profundo por su autor, y en el aula aparecieron
deslumbrantes Rinconete y Cortadillo, la Ilustre fregona, el Licenciado
Vidriera y, por fin, Quijote y Sancho. El encuentro con ellos, las risas y la
emoción, la identificación de todos con las aventuras y desventuras de esos dos
símbolos de lo humano se convirtieron en el momento más esperado de cada clase
de Lengua. Las chicas nunca olvidarán a la pastora Marcela: “Yo nací libre”;
los chicos, al desconfiado protagonista de El
curioso impertinente. Yo nunca olvidaré que, después de la lectura del
capítulo de Sancho en la ínsula, cuando todos sentimos el dolor del buen hombre
al que han abandonado los sueños, un chico bastante díscolo, de trece años, me
dijo: “Estoy llorando, profe, y no sé por qué”.
Estabas llorando, querido alumno, porque el Arte de la
literatura pulsa la más profunda cuerda del alma. Y acababas de leer un texto
escrito por el artista más grande.
¿Qué no hay presupuesto para discursos y cortes de cinta este
año? ¿Qué no tienen ganas? Pues tan tranquilos. Cervantes a todas las escuelas, a nuestras casas, al alma. Su lugar
natural.
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