Cuenta Stefan Zweig que los compañeros
de Vasco Núñez de Balboa, cuando llegaron por primera vez al océano Pacífico,
bebieron de sus aguas para probar si tenían sabor salado. He utilizado esta
imagen en otras ocasiones pero la empleo de nuevo porque el panorama ante el
que se encuentra la educación no puede pintarse con una metáfora más acertada.
Y porque me emociona pensar en aquellos hombres en busca de las referencias de
un nuevo mundo justo cuando mis nuevos alumnos acaban de entrar en clase.
Para definir la complejidad de la
educación en España, basta decir que una ley estatal en desarrollo no se aplica
en todos los territorios. La LOMCE no está bien hecha: no ha establecido un
consenso sobre la mejora del sistema educativo, ni ha satisfecho las demandas
ni ha abordado las soluciones a los problemas. El curso ha comenzado con una
sociedad dividida por la intervención política, con problemas para la movilidad
del alumnado, con los centros desbordados ante la complejidad de las nuevas
demandas y escépticos sobre su continuidad, y las familias sujetas a los
vaivenes editoriales. La intervención curativa es urgente pero, de momento,
vamos a comenzar un nuevo e interminable periodo electoral. Una vez más nos
ahogarán las palabras; una vez más puede pasar de largo la hora de actuar.
Volverá a los titulares, seguramente, el
debate sobre un pacto por la educación. Sin duda, los mayores retos en política
educativa son el acuerdo general básico
sobre los requisitos para la mejora de la educación y mantener la estabilidad
cuando dicho acuerdo se alcance. Al menos, la generación que este curso
inaugura su vida escolar podría decir que ha conocido una sola ley educativa:
la buena. Los gestores deben convencerse de que no saldremos de la crisis sin
incidir en la formación de la gente joven, y solamente puede tener éxito con
acuerdos entre todos.
Por otro lado, nunca fue más cierto que
ahora el aforismo de que educa la tribu entera. Tenemos que convencernos de que
la educación implica a todos - familias, escuela, intelectuales, medios de
comunicación - porque esta recesión no es lineal, sino que tiene forma de matrioskas. ¿Recuerdan a esas muñecas
rusas? Nosotros nos parecemos hoy a ellas.
Escondemos dentro de la crisis económica, la crisis política; dentro de
esta, la social y, en el núcleo, una grave crisis moral. Para remontar, estamos efectuando un viaje
difícil, de sacrificio y esfuerzo, del que no saldremos exactamente iguales que
entramos y que debemos llevar a cabo de dentro a afuera. No podremos atravesar
el desierto para llegar de nuevo al aparente oasis del que partimos, con todos
sus espejismos. Nuestro destino deberá ser una sociedad más madura y más justa.
Donde fuimos atolondrados, nos tocará ser reflexivos; donde fuimos manirrotos,
austeros; donde pasivos, participativos; donde individualistas, solidarios. Hace
más de un lustro despertamos del sueño de que vivíamos en el mejor de los
mundos posibles, y la madrugada es dura pero puede ser liberadora. Para
conseguirlo, debemos convertirnos en una sociedad educativa.
Entre los muchos espejismos del pasado se
encuentra una actitud que ya es intolerable: la que ha confundido la política
con la politización y, entre otros desmanes, ha contaminado a la educación con
eslóganes de campaña y la ha arrojado al ring de la confrontación partidista. Es
verdad que la educación tiene un componente político muy importante porque
configura a la sociedad, pero la nuestra ya está configurada en sus líneas
maestras: la Declaración de los Derechos Humanos, la Constitución... Vivimos en una democracia y la tarea es
mejorarla. Lo que tenemos que decidir es si vamos o no a formar a la gente
joven en las competencias que necesitan para ser ciudadanos de pleno derecho. Y
después, establecer lo que tiene que hacer cada estamento para conseguirlo, en
el ámbito del conocimiento, de la cultura, de la sociabilidad y de los valores.
Por eso hacen falta acuerdos.
Y es que las cosas han cambiado tanto
que ya no se trata de decidir si la escuela va a resignarse ante la oscuridad
del futuro o va a preparar a los alumnos para el futuro “tal como debería ser”,
según la cosmovisión particular de cada opción política. A los autores de este
tremendo presente, ¿quién nos autoriza a diseñar el futuro? La tarea de la
educación de hoy es armar a la gente joven con sentido crítico, valores
empoderantes, conocimientos profundos sobre el presente y el pasado, y apertura
mental para que ellos mismos, en medio de cambios vertiginosos, puedan diseñar el
futuro que quieran. Para que entren sin miedo pero con referencias en el océano
y así se atrevan a probarlo, a descubrirlo, a darle nombre.
Por eso, a partir de ahora, los debates
sobre educación deberán abordar estrictamente la educación. Y tener en cuenta
al profesorado.
Es curioso que, en cualquier estudio, el
trabajo de campo cobre un protagonismo fundamental, y que a partir de las
experiencias obtenidas con él se alcancen conclusiones y se establezcan
propuestas. Pues bien, los docentes son quienes realizan el trabajo de campo en
educación, quienes saben si funcionan o no las disposiciones teóricas y las
normativas. Si yo afirmo ahora que no
hay mayor experto en educación que un docente experto en su aula, ¿se tambalearía
alguna institución? Pues bien, lo afirmo. Los profesores saben de educación, es
su vocación, su responsabilidad y su trabajo. A ella le dedican la vida entera,
no solamente la cantidad establecida de horas laborables. En las reformas que
se realicen a partir de ahora habrá que escucharles en primer lugar.
A ver si así somos capaces de devolver
al primer plano de la actualidad los asuntos verdaderamente importantes: el
abandono escolar, la autoridad y la convivencia, el desfase entre el esfuerzo
del profesor y los resultados del alumno – que me parece el primer factor de
desmotivación de ambos-, la sociedad de la comunicación y sus retos, para qué
necesita la escuela medios y dinero, cómo debe configurarse la autonomía de un
centro, qué enseñamos, cómo y por qué, la implicación de las familias, la
formación de los futuros profesores... Abandonemos la discusión sobre el número
de horas que se pueden impartir y establezcamos las que se deben, con la
calidad de la atención a los alumnos como indicador.
Nos toca ser intolerantes a partir de
ahora con la politización. Se acabaron las peleas inducidas entre pública y
privada, obligatoria y superior, universitaria y profesional, padres y
profesores. Ha llegado la hora de la colaboración. Los docentes no quieren ver a la educación convertida en pelota de ese partido de ping-pong
autista que ha sido la política hasta hoy. No quieren que se la use como
acaparadora de titulares en la campaña electoral para luego ignorarla a la
hora de gobernar. No quieren ser trending
topics ni vídeos de You Tube sino latidos del corazón de la sociedad a
la que sirven. Y me parece que la propia
sociedad comparte estos deseos.
Estamos a punto de ver por primera vez
un océano desconocido e inmenso y lo que nos jugamos aparece ya en los titulares
del telediario. Es hora de que los debates sobre educación vuelvan a la
educación.
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