Con el encargo a José Antonio
Marina de un “Libro Blanco del Profesorado”, por parte del ministro de
Educación, vuelve a la palestra el anhelado Estatuto Docente. Me parece buena
idea y, aunque estemos en vísperas de elecciones, buen momento. Abordar las
características propias de la docencia como profesión es un asunto esencial, y
no debe asociarse ni a un gobierno concreto ni a una legislatura. Por eso,
empezar ahora es hacerlo a tiempo. O quizá, hacerlo por fin.
Si somos capaces de trabajar
este documento en serio - terminando cuando se termine -por encima de
partidismos, el Libro Blanco del Profesorado puede convertirse en el primer
capítulo de un acuerdo transversal, social y político, sobre la educación. No
es por tanto un tema banal.
Se trata de establecer el marco
en el que estarían contempladas las características propias de la docencia, por
una parte como profesión en general y, por otra, como función pública en
particular. Una suerte de Constitución que marcaría las diferencias
sustanciales que tiene nuestro trabajo con respecto a otros, establecería las
modificaciones necesarias en el acceso y la formación, marcaría el trayecto de
la carrera docente y mostraría claramente el indisoluble componente ético que
convierte la tarea de cada profesor en una “forma de ser”.
No obstante, requiere de unos
acuerdos previos. El primero debería ser un criterio integrador, por encima del
freudiano “narcisismo de las pequeñas diferencias” que lastra tantas decisiones
en educación.
El segundo acuerdo debería
provenir del respeto a la igualdad de derechos del profesorado español, sea
cual sea su lugar de origen o su situación en los distintos Cuerpos docentes y
niveles educativos.
El tercer acuerdo debería estar
basado en la certeza de que la docencia es una profesión esencial, que merece
el máximo respeto y apoyo por parte no solo de la familia y la sociedad sino de
los gestores políticos. De ellos han partido en los últimos años los mayores
ataques a nuestra dignidad y profesionalidad, en una suerte de “mundo al revés”
que no puede volver a repetirse. A cambio, como es lógico, los profesores
estamos obligados, profesional y moralmente, a ser ejemplares. Y con esto abro los
puntos suspensivos que deben llevarnos, por fin, a la asunción de un código
deontológico.
Me resulta incomprensible, lo
confieso, que no se haya establecido nunca para el profesorado español este
elemento de identidad. Lo interpreto como consecuencia de una falta de interés
histórica por la educación y sus actores. Los códigos deontológicos de la
Medicina, el Periodismo, el Derecho o las carreras técnicas marcan para sus
respectivos miembros la frontera entre una labor cualquiera y una profesión-
tarea que se profesa, es decir, que
tiene unos requisitos muy definidos, de los que cada sujeto puede hablar-. En
pocas palabras, constituyen un elemento de autorregulación. El Colegio de
Doctores y Licenciados puso en marcha una iniciativa hace años pero apenas tuvo
eco. Espero sinceramente que llegue por fin ese juramento hipocrático de la enseñanza, ya que, por sí solo, es
capaz de aumentar la consideración social y profesional. Y no hay que temer la
ideologización porque los valores de un profesor se fundamentan en certezas muy
sólidas, escritas en todas las Declaraciones de Derechos Humanos.
Por último – pero solo por falta
de espacio- deberíamos partir de un acuerdo sobre la carrera, el segundo
elemento de identidad de cualquier profesión. Más allá de la cuantía de las
retribuciones- que son modificables y deben serlo siempre al alza-, se trata
del reconocimiento tangible al esfuerzo, la vocación, la generosidad y la
energía de tantos miles de docentes.
Animo al profesor Marina a
avanzar en este Libro Blanco teniendo en cuenta la realidad de los claustros,
en la certeza de que hoy la unidad básica de funcionamiento escolar ya no es el
profesor aislado sino el centro en su conjunto. Y también me atrevo a rogarle
que no se conforme con la lluvia de ideas de Internet sino que hable cara a
cara con grupos de profesores de diferentes características, porque todo lo que
debe contener el Libro Blanco del Profesorado lo sabemos los profesores mejor
que nadie.
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